La fiesta de la presentación de Jesús en el Templo tiene su origen en el ritual judío, que consistía en consagrar los primogénitos varones a Dios y ofrecer por ellos una ofrenda como rescate, conmemorando la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex 13). Esto se hacía a los cuarenta días del nacimiento, siendo así también purificada la madre por su sangre derramada en el parto (Lev 12).
Se trata de un acontecimiento eminentemente religioso. Ofrecer la vida del recién nacido, consagrarlo al Señor, es algo que habla de gratitud, de sentido de trascendencia de nuestras vidas, de reconocimiento del gran regalo que supone la vida y de aquel que la da. Imitar este gesto hoy, en el día conocido como La Candelaria, –Cristo, luz de las naciones– es un canto a la vida que Dios regala, a la maternidad como bendición, a la paternidad como responsabilidad. Y es ocasión para tener en gran aprecio el significado de toda consagración. Consagrarse es ofrecer los dones y cualidades recibidas como servicio y entrega a los hombres. Por ello, si desde los inicios de la vida unos padres presentan así a sus hijos a Dios, con toda generosidad, se crea el terreno propicio para que el Espíritu siga llamando a lo largo de la vida a una entrega cada vez mayor y más hermosa. El creyente auténtico entiende su vida como un devolverle a Dios todo lo que ha recibido de él, se expropia libremente. Es la vocación bautismal. El bautizado es ungido, consagrado por el Espíritu para una misión: ser, en Cristo, semilla del reino de Dios, levadura que fermenta la masa, la familia, el matrimonio, la profesión, la vida pública, las relaciones personales.
Pero, particularmente, hoy es el día de la vida consagrada, de ministerios, órdenes religiosas, institutos seculares. Formas de consagración vividas con una entrega específica a un carisma que el Espíritu suscita para el bien de los hombres. Vocaciones dentro de la gran vocación cristiana. Tenemos ocasión en este día, primero, para agradecer a Dios mismo que a todos nos regale las vidas de tantos hombres y mujeres que han ido más allá de su vida privada para darla en favor de otros. Y para agradecer tanta respuesta generosa y desprendida, tantos afanes y luchas. Y para seguir pidiendo que Dios siga suscitando esta forma tan hermosa de entender y de dar la vida.
Por Juan Pedro Andújar Caravaca, publicado en
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