Pondera con gran maestría y belleza las virtudes de nuestro santo patrón el muy ilustre Francisco de Quevedo. Dice así en su obra Epítome a la historia de la vida ejemplar y gloriosa muerte del bienaventurado fray Tomás de Villanueva: «Oh monstruo de santidad, que supiste merecer los cargos, y despreciarlos y servirlos; a quien fue martirio la mitra, afán el arzobispado, la renta necesidad, los pobres hijos, y la grandeza y dignidades mortificación; tan santo que supiste fortalecer la ciencia y doctrina de humildad; tan docto, que bastaste a asegurar la doctrina y estudios con los tesoros de la misericordia; tan rico, que socorriste todos los pobres; tan pobre, que tu desnudez, ni parientes no participaron en tu riqueza, porque acudiste antes a la parentela del Padre soberano, que está en el cielo, que a la multitud, que se llega a los buenos sucesos de la fortuna, solicitando el premio de los trabajos de esta vida para la patria, que es el cielo!».
El 26 de junio de 1544, Carlos V le nombra arzobispo de Valencia, cuya sede llevaba «ciento y once años sin ver la cara de su pastor». Tan desoladora era la situación de la diócesis que el santo se encontró, que llegó a escribir: «¡Oh la reforma de la Iglesia, por largo tiempo deseada y nunca emprendida! ¡Oh, quién me diera verla con mis propios ojos antes de morir!». Por ello, durante los once años que duró su pontificado en Valencia se dedicó por entero a tres tareas urgentes: renovación espiritual y moral de la diócesis, convocando un sínodo en 1548, la fundación del Colegio-seminario de la Presentación en 1550, primer seminario del mundo, para preparar sacerdotes santos y sabios, y la evangelización de los moriscos conversos del Reino de Valencia.
En este nuevo curso pedimos su intercesión y nos disponemos a hacer nuestros sus dos puntales de vida: la devoción a la santísima Virgen María y la opción preferencial por los más pobres.
Por Marcos Sevilla Olmedo, publicado en
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