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Martín de Porres

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    En América, gozó siempre de gran popularidad la figura de san Martín de Porres. Y su atractivo se ha extendido hasta nosotros. 

    Es que Martín añade al encanto de todo lo sencillo su pertenencia a la clase de los marginados por el color de su piel y por su condición familiar anómala. 

    Cariñosamente, se le ha llamado fray Escoba. Y se le representa como un negrito, con hábito de religioso dominico, con la escoba de barrer en la mano. 

    Nació en Lima, la Ciudad de los Reyes (Perú), en 1579. Era hijo natural de un caballero español (es decir, de una de la clase colonizadora dominante) y de una pobre mujer mulata. Mal principio, a nuestro saber y entender humano, para esperar nada en este mundo. Pero, para Dios, eso no cuenta, porque lo que Él aprecia es la respuesta personal. Y Martín supo dar con toda sencillez una respuesta sincera y generosa. 

    Era enfermero cuando ingresó como hermano seglar (no llegaba ni a fraile lego) en el convento de Padres Dominicos de Lima. Pero su conducta fue tal que le mereció el ser admitido a la profesión religiosa en 1603. Verdadero fraile profeso ya, no por eso dejó su tarea de enfermero, y prodigó en el convento sus cuidados tanto a los hermanos de religión como a todas las criaturas de Dios, cual nuevo Francisco de Asís. 

    Tal exquisita sensibilidad y ternura encantadora no era fruto de sensiblería o de un temperamento melancólico o enfermizo. Su fuente era más sana: bebía en el ayuno y en la oración, tan queridos para Martín. Sobre todo, en la oración nocturna, imitando el ejemplo de Jesús. 

    La Providencia ha querido que aquella vida sencilla, ingenua en el buen sentido de la palabra, que se extinguió para el mundo en 1639, no quedara oculta, sino que sirviera de luz al mundo entero, expandiendo su perfume y su encanto, e invitando a vivir la pobreza de espíritu y la limpieza de corazón, fuentes de verdadera felicidad y auténtica alegría. 

    Celebramos su fiesta el 3 de noviembre. Listado completo de Santos
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