Pelayo, mártir

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    El martirio truncó o aceleró la carrera de Pelayo, que a sus dieciséis años, vivía feliz con su tío, el obispo Hermogio, de Tuy, con quien se preparaba quizás para desempeñar altos cargos eclesiásticos. 

    Hecho prisionero el Obispo en la batalla de Veldejunquera (920), ganada por las tropas de Abderramán III, fue llevado cautivo a Córdoba. Al año siguiente, para rescatarlo de la prisión, se ofreció como rehén a Pelayo. Por tres años, permaneció éste encarcelado, hasta que los servidores del Califa, admirados de las cualidades del joven, lo presentaron a su señor, que quedó prendado de su belleza física, pues era Pelayo de atractiva presencia. Y esa fue su desgracia. El Califa, grande y victorioso, era también sensual. Y pretendió ganárselo ofreciéndole honores y riquezas a condición de que abandonase la fe cristiana y aceptase la islámica. Como el joven rechazara enérgicamente la propuesta, a los halagos sucedieron las amenazas y las torturas, que tampoco doblegaron el ánimo de Pelayo, aunque llegaron a amputarle -según se dice- manos y piernas. 

    Finalmente, fue decapitado el 26 de junio de 925, y su cuerpo fue arrojado al río. Recogido por los cristianos y sepultado honrosamente, bien pronto recibió los honores del mártir. A los pocos años, fue trasladado primero a León (967), en tiempos del rey Sancho I el Craso, y, luego, a Oviedo, donde se le venera. 

    Su culto tuvo gran difusión en el medioevo, y su martirio inspiró en España una interesante iconografía, principalmente en León, donde encontramos un bajorrelieve representándolo en la fachada de S. Isidoro. Hasta una monja alemana lo honró dedicando un poema a su vida. Pelayo es también titular del Seminario de la Diócesis de Córdoba, levantado probablemente sobre el lugar de su martirio. Listado completo de Santos