En la Saboya francesa, al pie de los Alpes, a mediados del s. XII, las gentes de la región están sorprendidas por un hecho insólito: su arzobispo Pedro de Tarantasia ha desaparecido. Tardaron algún tiempo en descubrir su ausencia, porque el arzobispo está siempre recorriendo su diócesis. Y, como acostumbra a viajar a pie, todos piensan que estará por algún rincón perdido de la comarca. Mil rumores corren sobre el arzobispo y la causa de su desaparición.
La realidad es muy simple. Pedro, que antes de hacerlo obispo contra su voluntad había sido monje cisterciense, pensaba que su lugar no era una sede episcopal, sino una celda monacal.
Su labor episcopal había sido fructífera. El ejemplo de su austeridad de vida había llegado a muchas conciencias y había convertido muchos corazones. Pero él seguía anhelando la soledad del claustro. Por eso, un buen día, decidió escaparse y se fue a Alemania, donde era desconocido. Allí se dirigió a un monasterio de su orden y pidió ser admitido como simple hermano. En vez de ejercitar su inteligencia y sabiduría, se dedicó a las duras faenas del campo. Nadie sospechó de él hasta que, un día, acertó a pasar por allí un feligrés suyo, que casi por causalidad, se tropezó con él y lo reconoció. Ante el asombro de los monjes, descubrió al obispo huido, quien, bien a su pesar, no tuvo más remedio que volver a su diócesis.
Reanudó las tareas pastorales con el mismo celo de antaño. A sus muchas virtudes añadió una nueva, la de "saber componer discordias y desterrar el rencor de los ánimos enemistados". Tarea tanto más necesaria entonces puesto que, en su ausencia, había cambiado bastante la situación de su diócesis.
Sus tareas episcopales no le impedían llevar una vida de auténtico monje cisterciense, siguiendo en lo posible hasta el mismo horario de vida del monasterio. Encontraba tiempo para dedicar largo rato a la oración. Su sobriedad en el comer iba unida al compartir su mesa con cuantos pobres se acercaban a su puerta, que , por cierto, siempre estaba abierta para ellos,
En uno de sus viajes, se sintió enfermo. Lo llevaron a un cercano monasterio cisterciense. Y allí, entre los suyos, entregaba su alma a Dios. Era el año 1174. Poco después, el papa Celestino III, que lo había conocido y tratado, y sabía bien de sus virtudes, decretó su canonización y señaló como día de su fiesta el 8 de mayo.
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10/01
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Gregorio de Nisa, obispo
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11/01
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Higinio, papa
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12/01
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Antonio María Pucci, presbítero
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13/01
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Hilario, obispo y doctor de la Iglesia
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16/01
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Marcelo I, papa y mártir
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17/01
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Antonio, abad
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18/01
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Margarita de Hungría, virgen
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19/01
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Marcelo Spínola y Maestre, beato
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20/01
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Sebastián, mártir
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20/01
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Fabián, Papa y mártir
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21/01
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Inés, virgen y mártir
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22/01
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Vicente, mártir
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23/01
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Ildefonso, obispo
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24/01
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Francisco de Sales, obispo y doctor de la Iglesia
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25/01
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Conversión de san Pablo
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26/01
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Timoteo y Tito, obispos
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31/01
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Juan Bosco, presbítero
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01/02
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Brígida de Kildare
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02/02
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Nuestra Señora de la Candelaria
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02/02
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La Presentación de Jesús en el templo
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