Es una praxis que tiene su origen en la Iglesia Primitiva, en la comunidad apostólica. Fueron los Apóstoles los que al frente de las comunidades, que iban naciendo, ponían para su servicio a Presbíteros y/o Obispos, sin que estuviera totalmente clara la distinción en aquellos momentos. Lo que sí quedaba claro es que no se permitían las llamadas “ordenaciones absolutas”, es decir, sin unir consagración episcopal al servicio de una porción concreta del pueblo de Dios, “para que la apaciente con la cooperación del presbiterio, de forma que unida a su pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la que verdaderamente está y obra la Iglesia de Cristo, que es Una, Santa, Católica y Apostólica” (CD 11/1).
En el caso de los Obispos Titulares (no tienen clero y pueblo “propios” encomendado a su atención pastoral, sino que ejercen otros oficio, sobre todo en la Curia Romana), se les consagra siempre a título de servicio de alguna antigua sede episcopal.