Ochenta y ocho años del obispo mártir

Este  próximo jueves, 22 de agosto, se cumplen ochenta y ocho años del martirio del beato Narciso Estenaga, obispo prior de Ciudad Real en 1936 y de su secretario, el sacerdote también beato Julio Melgar. En la mañana del 22 de agosto se los llevaron sin que opusieran resistencia. Fueron fusilados en las cercanías de Peralbillo. Un sencillo monumento recuerda el lugar exacto. 

Es un gran don contar en nuestra Iglesia con hombres y mujeres que han entregado su vida fielmente en martirio. Además, que haya sido el obispo, el pastor, el que haya entregado su vida por las ovejas es una gracia, si cabe, más inmensa.

El 22 de agosto de 1936 por la mañana, un grupo de milicianos tomaron al obispo prior, Narciso Estenaga, junto a su secretario, Julio Melgar sin que opusieran resistencia. Fueron conducidos al paraje conocido El Piélago, en Peralbillo, a las orillas del Guadiana. Allí fueron asesinados a tiros.



Este es el lugar que recuerda el lugar del martirio a orillas del río Guadiana. Fue la Acción Católica la que se encargó de este sencillo monumento que recuerda la entrega de la vida del obispo prior, Narciso Estenaga, y de su secretario, Julio Melgar. 

















Los cuerpos fueron encontrados al día siguiente, y trasladados al cementerio de Ciudad Real donde recibieron sepultura en el lugar reservado para el Cabildo de la Catedral. El 10 de mayo de 1940 fueron trasladados sus restos a la Catedral. Allí reposaron bajo una lápida en la via sacra hasta que, después del 28 de octubre de 2007, fueron exhumanos y colocados debajo del altar mayor. 

«Precisamente ahora que los lobos rugen alrededor del rebaño, el pastor no debe huir; mi obligación es permanecer aquí». Ese es el legado episcopal de Narciso Estenaga, beato, obispo prior: permanecer juntos a sus hijos y hermanos. No se trata de valentía sino de entrega, de fe y de testimonio. Además, unido al perdón hacia sus asesinos, convierten a Estenaga en un referente para siempre en nuestra Iglesia.

Estenaga fue beatificado en Roma, el 28 de octubre de 2007, junto a otros once mártires de nuestra Iglesia de Ciudad Real. Sus restos yacen ahora, junto a los de su secretario, Julio Melgar, martirizado junto a él, bajo el altar de la Catedral de Santa María del Prado. Desde los primeros siglos del cristianismo, el martirio se ha entendido como un grado máximo de seguimiento de Cristo. La configuración con la persona de Jesús lleva a los santos a entregar su vida, pero no solo como Jesús lo hizo, sino por Él. En la ceremonia de beatificación, fueron beatificados también otros diez mártires de nuestra Iglesia: sacerdotes, seglares y religiosos. En total, de toda la Iglesia española, fueron beatificados cuatrocientos noventa y ocho mártires. Son ejemplos para todos del seguimiento de Cristo hasta el final, perdonando a los verdugos y convirtiéndose en semilla de nuevos cristianos.

Desde los primeros siglos del cristianismo, el martirio se ha entendido como un grado máximo de seguimiento de Cristo. La configuración con la persona de Jesús lleva a los santos a entregar su vida, pero no solo como Jesús lo hizo, sino por Él. No es valentía sino entrega, fe y testimonio. Además, unido al perdón hacia sus asesinos, convierten a Estenaga en un referente para siempre en nuestra Iglesia.

Narciso Estenaga, una vida. 

Huérfano de padre y madre (jornalero y lavandera, respectivamente), fue llevado primero a Vitoria y luego a un colegio para huérfanos en Toledo, fundado por Joaquín de Lamadrid (que también sería martirizado en el mes de agosto de 1936), que quedó impresionado por la viva inteligencia del niño. Lamadrid le consiguió una beca en el Seminario de Toledo, graduándose en Derecho con brillantez y siendo ordenado sacerdote en 1907. Además del derecho, sentía predilección por los temas históricos y los relacionados con el arte. Debido a sus talentos fue pronto nombrado canónigo por oposición de la catedral primada. Cuatro años después, en 1913, fue promovido a arcediano de dicha catedral de Toledo.

Narciso Estenega Echevarría fue amigo y confesor del rey Alfonso XIII. Después de quince años de ministerio sacerdotal, el monarca lo eligió como obispo-prior de las Órdenes Militares (Ciudad Real), el 20 de noviembre de 1922, cuando contaba con cuarenta años de edad. El propio rey le invistió como caballero de la Orden de Santiago. Fue consagrado obispo en Madrid el 22 de julio de 1923 por el cardenal Reig, primado de España, actuando como padrinos el conde de Guaqui y la duquesa de Goyeneche. El 12 de agosto hizo su entrada en Ciudad Real. Intervino en el Congreso Catequístico Nacional de 1929, celebrado en Granada, en el Ibero-Americano de Sevilla y en el Eucarístico de Toledo.

Era correspondiente de la Real Academia de la Historia y de la de Bellas Artes de San Fernando, académico de número y director de la Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo, caballero del hábito de Santiago y caballero de la belga Orden de la Corona. Dominaba varios idiomas y fue autor de varias obras, entre ellas una historia de la catedral de Toledo que dejó inconclusa. El presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, le encargó, en abril de 1936, el Elogio fúnebre de Lope de Vega, con motivo del tercer centenario del fallecimiento del Fénix de los Ingenios.

Cuando estalló la Guerra Civil se produjo una situación equívoca. El gobernador civil de Ciudad Real, Germán Vidal Barreiro, partidario de Casares Quiroga, promovió la moderación, pero no impidió las matanzas realizadas por milicianos. A pesar del peligro, el obispo decidió permanecer en su diócesis. Cuando los contingentes de la Guardia Civil que había en la ciudad fueron trasladados a Madrid, el obispo quedó a merced de los radicales de extrema izquierda. El 5 de agosto los milicianos asaltaron y registraron su palacio. El 13 de agosto fue obligado por la fuerza a abandonar su morada, junto con su capellán, Julio Melgar, instalándose en casa de un amigo, Saturnino Sánchez Izquierdo (quien posteriormente también sería asesinado).


«Con cáliz de ácidos fieros
tu vino abrevarlos quiso
a nuestro obispo Narciso
y a sus santos compañeros,
ya dulces brindis señeros
en tu mesa martirial.
¡Cuánta gloria y bien del mal
que victimó a estos hermanos,
destilan, Señor, tus manos
para ágape universal».

Décima del sacerdote Juan Sánchez Trujillo
publicada con motivo de la beatificación.