Según la mente de San Pablo, entendemos por carismas aquellas manifestaciones extraordinarias del Espíritu que marcaron de una forma tan particular los primeros desarrollos de la Iglesia: la profecía, el don de lenguas, el don de interpretarlas, la curación, el conocimiento de los misterios, etc. La Iglesia primitiva se veía confirmada en su fe y en su misión por la presencia en ella de multitud de dones carismáticos. Va tomando conciencia de que este ser agraciada con regalos tan extraordinarios significa la irrupción de una humanidad nueva en el mundo de la creación primera.
Por tanto, todo carisma recibido es un principio de vida que transforma a la persona hasta convertirla en un anticipo del Reino de Dios.
Los carismas son la enorme multiplicidad de aspectos de la simplicidad del Padre, como los colores que hacen bella a la creación son múltiples aspectos de la luz blanca, simple y transcendente. Cada carisma se convierte en una vía, un camino en la Iglesia, que muestra la infinita riqueza y fecundidad del Espíritu Santo, así como la grandeza de la respuesta originaria, fundadora, de María, que se multiplica también en numerosos caminos para el amor cristiano. Hablamos así de carisma ignaciano, carisma contemplativo, carisma carmelita, carisma franciscano, carisma benedictino y cisterciense, etc. y otros muchos más que podemos ver, sobre todo, si nos fijamos en la vida consagrada. Hay carismas correspondientes con los estados de vida. El laico dispone de los carismas laicales, el casado del carisma para vivir el matrimonio como seguimiento de Cristo en la acogida mutua y la representación del amor de Cristo y de la Iglesia, el religioso del carisma de la fecundidad espiritual en la renuncia a todo, el sacerdote el carisma para la predicación de la palabra divina, etc..
Podemos intentar una definición sintética del carisma, señalando sus diversos aspectos: (1) Es un regalo del Espíritu Santo, (2) hecho a la Iglesia entera, (3) que compromete a la persona que lo recibe hasta expropiarla de sí misma, (4) de modo que la fecundidad de esta persona agraciada por el carisma se vierte en el mundo y en la Iglesia como una vía instituida de perfección evangélica.
Por Francisco José López Sáez, publicado originalmente en Con Vosotros.