El obispo, don Gerardo Melgar, celebra este año sus bodas de oro sacerdotales. Cincuenta años desde que el obispo de Palencia, Anastasio Granados, lo ordenó en la Catedral de San Antolín en Palencia el 20 de junio de 1973. Hoy, en la fiesta de san Juan de Ávila, lo celebra junto al presbiterio de Ciudad Real y diez sacerdotes que también celebran aniversarios sacerdotales este año.
Don Gerardo escribió el testimonio de sus cincuenta años como sacerdote para el Con Vosotros del pasado 7 de mayo:
Al cumplir este año mis cincuenta de sacerdote, me piden desde la redacción de Con Vosotros que escriba mi testimonio sobre los mismos.
Es siempre difícil escribir sobre uno mismo y su vida, pero si ello sirve para animar a algún joven que se esté discerniendo la posibilidad de ser sacerdote, lo hago con mucho gusto.
Lo primero y más importante que tengo que decir de estos cincuenta años es que he sido muy feliz. En algunas ocasiones, durante este tiempo, me surgía la pregunta de si yo podría haber sido feliz en otra vocación y no acertaba ni siquiera a imaginarme la felicidad al margen del sacerdocio.
Como todos, en todo este tiempo he tenido momentos más fáciles y otros de mayor dificultad, pero en ningún momento he sido infeliz, porque siempre he sido consciente de que la vida sacerdotal no la estaba viviendo yo solo, sino que, junto a mi entrega y dificultades, he sentido que Dios estaba allí, actuando a través de mí y, cuando yo me quedaba a la mitad del camino, era Él quien actuaba con su gracia y quien me movía a una mayor entrega y generosidad.
Han sido muchas las veces a través de estos cincuenta años en las que he sentido y me he quedado admirado de lo que Dios estaba realizando en mí
Han sido muchas las veces a través de estos cincuenta años en las que he sentido y me he quedado admirado de lo que Dios estaba realizando en mí. Cuando las cosas me salían bien, he descubierto su mano en mí y he sentido que lo que yo hacía y lograba era fruto suyo y no mío. En otros momentos más difíciles he sentido la mano y el poder de Dios que me capacitaban para superarlos.
He vivido mi vida sacerdotal consciente de que era el Señor el que estaba actuando a través de mí y, a pesar de mis fallos y defectos, Él sustituía con su gracia mi pobreza.
En todo momento, lo que me ha movido ha sido el servicio al Señor y a la Iglesia. En ningún momento busqué privilegios ni honores cuando se me proponían determinados servicios de responsabilidad, mi respuesta era siempre la misma: «Si la Iglesia y el Señor me necesitan en ese lugar o en ese servicio, aquí estoy, cuente conmigo». Era mi respuesta al Sr. Obispo, o al Sr. Nuncio.
Doy gracias al Señor por lo mucho que me ha regalado en estos cincuenta años de vida sacerdotal; por todas las maravillas que Él ha hecho en mí porque, de no ser por Él, yo nunca hubiera sido capaz de responderle con el trabajo, la ilusión, el esfuerzo y la generosidad con los que lo he hecho.
Por Gerardo Melgar Viciosa