Un amor que da voces

El 10 de mayo celebramos a san Juan de Ávila, patrono del clero español y Doctor de la Iglesia. Natural de Almodóvar del Campo, en la cueva de su casa natal discernió durante años su vocación, tomando la decisión que Dios buscaba para él: ser sacerdote. El párroco de Almodóvar nos habla de la vocación del santo, del la centralidad del amor de Cristo en su vida: «Mirándote, Señor, en la cruz, todo cuanto ven mis ojos, todo me lleva al amor».

Una de las cualidades que mejor definen la personalidad de san Juan de Ávila es la de ser un hombre vocacionado. La búsqueda y el hallazgo de su vocación, a la que dedicó tres años de oración en la cueva de su casa natal, convirtió lo que hasta entonces parecía un túnel sin salida, en un punto de partida que lo lanzó a recorrer los caminos de Dios siguiendo a Cristo Pastor. Esa fue su llamada.

El joven que, al principio, no sabía qué hacer con su vida, lo supo cuando se puso a la escucha del Señor, que siempre habla al corazón. En esta experiencia fundante recibió por anticipado todo lo que después habría de realizar por medio de una vida plena, dedicada al ejercicio de su vocación sacerdotal.

Pero, ¿cuál era la fuerza que lo atravesaba y lo impulsaba a desplegar su vida al servicio de los demás? San Juan de Ávila supo captar la sinergia entre el amor del Padre y el de Jesús y sintió la llamada a sumar el suyo para que el amor divino llegara a todos. En su libro Tratado del amor de Dios, expresó su atracción de esta manera: «Mirándote, Señor, en la cruz, todo cuanto ven mis ojos, todo me lleva al amor».

El joven que, al principio, no sabía qué hacer con su vida, lo supo cuando se puso a la escucha del Señor, que siempre habla al corazón

El maestro Ávila experimentó muy hondamente la misericordia de Dios contemplando a Cristo crucificado, pero supo que ese don nunca es un mero sentimiento espiritual, sino una llamada a amar y a ofrecerse a Jesús. Así lo manifiesta en su oración: «El amor interno me da voces para que te ame».

El amor a Jesús es una llamada a amar a los que él ama, igual que Jesús ama al Padre amando a los que el Padre ama. Para ello, san Juan de Ávila fue capaz de crear una gran variedad de acciones y obras apostólicas dirigidas a que otros pudieran experimentar la fuerza de la misericordia divina: misiones, canciones, catecismos, tratados y cartas, homilías, tiempo dedicado al acompañamiento espiritual, la creación de inventos hidráulicos, la fundación de colegios, preseminarios, de la universidad de Baeza, y la elaboración de estudios que aportaran ideas al Concilio de Trento en su afán por contribuir a la reforma de la Iglesia. 

Una extensa obra apostólica y literaria de una calidad extraordinaria por la que ha merecido el nombramiento de Doctor de la Iglesia, para la que empleó cuantos medios tuvo a su alcance. Y todo ello surgiendo permanentemente de un único centro: el amor a Jesucristo y a los que él ama. Ese amor que ardía dentro de él no se quedaba guardado en su interior. Era tan recibido como ofrecido a los demás. Esa era la fuerza de su sacerdocio.

Quizás, hoy, muchas personas que no pertenecen a la Iglesia y también muchos de los que sí pertenecen a ella, comprenderían mejor el sacerdocio si conocieran que ésta es la pasión que mueve la vida de los presbíteros. Pero, es aún más deseable, que muchos jóvenes lleguen a experimentar, como san Juan de Ávila, que el amor de Jesús «da voces», es decir, que está llamándolos para que sean transmisores de ese amor, que es la esencia de Dios y de la vida.

Felicitamos por ello a todos los sacerdotes y seminaristas de nuestra diócesis, y muy especialmente a nuestro obispo Gerardo en el cincuenta aniversario de su ordenación, deseando que nuestro patrón siga inspirando a muchos jóvenes a seguir sus pasos, dedicando enteramente su vida a trasmitir este amor de un modo nuevo y, así, ser tan felices como lo somos nosotros.
 
Por Juan Carlos Torres Torres