La misa crismal, presidida por el obispo, se celebró en la mañana del Miércoles Santo en la catedral de Ciudad Real, donde los sacerdotes renovaron sus promesas sacerdotales.
Antes de la eucaristía, el presbiterio se reunió en la parroquia de Santa María del Prado (La Merced), donde los sacerdotes celebraron un acto penitencial, también presidido por el obispo.
Al mediodía, ya en la catedral, comenzaba la misa crismal, que reunió a la mayor parte de los curas de la diócesis. En esta eucaristía, cuyo día de celebración debería es el Jueves Santo —se traslada al miércoles por las dificultades para reunir a los sacerdotes ese día—, los sacerdotes renuevan las promesas sacerdotales.
«El Señor nos ha convocado para celebrar esta misa crismal en la que bendeciré los óleos y consagraré el santo crisma. La celebración de la misa crismal con la participación de todo el presbiterio diocesano presidido por el obispo es una de las expresiones más importantes y elocuentes de la comunión de los presbíteros entre sí y con el obispo en el presbiterio diocesano», comenzó explicando don Gerardo. Dedicó gran parte sus palabras a explicar la renovación de la entrega al servicio que hacen los sacerdotes en esta misa, «una renovación que debe servirnos para purificar el barro de la vida que se nos haya pegado a nuestros pies», dijo.
«Nuestras manos son las suyas para bendecir a los hermanos. Nuestros labios y nuestras palabras son labios y palabras de Cristo para anunciar la salvación a todos los hombres. Nuestros oídos son los suyos para escuchar y acoger el clamor de los pobres y necesitados. Nuestros pies son los suyos para ir personalmente por todo el mundo anunciando la buena noticia del Evangelio. Y nuestro corazón es el corazón de Cristo para anunciar su compasión y su misericordia con los pecadores», continuó.
«Que el perfume del santo crisma, que significa el buen olor de Cristo, nos comprometa a irradiar ese mismo buen olor de Cristo con toda nuestra vida»
En esta línea, subrayó tres actitudes de los sacerdotes que renacen desde la renovación de las promesas sacerdotales. En primer lugar, la acción de gracias por la elección que el Señor ha hecho de cada uno: «Su predilección por nosotros, por habernos llamado y habernos constituido sus sacerdotes». La segunda actitud, afirmó, es la renovación de la vida y la vivencia del sacerdocio: «Cuando sintamos que las dificultades o el paso del tiempo o nuestra fragilidad humana haya dejado huella en nuestra vida sacerdotal, renovemos todo cuanto haya quedado mustio y sin demasiada vida», recomendó. Por último, como tercera actitud, aconsejó que los sacerdotes pidieran al Señor «que reavive el ardor evangélico que pide nuestro sacerdocio para que lo vivamos dando los frutos que Él y la comunidad cristiana espera de nosotros».
«Que el perfume del santo crisma, que significa el buen olor de Cristo, nos comprometa a irradiar ese mismo buen olor de Cristo con toda nuestra vida y a irradiar la presencia de Dios en nosotros, que se hace presente en el mundo a través de nosotros y a través de nuestra vida», continuó don Gerardo, hablando directamente a los sacerdotes presentes en la misa. «Una vida vivida desde nuestra condición de elegidos y de consagrados», concluyó.
Después de la homilía, los presbíteros presentes en el templo renovaron sus promesas sacerdotales. Después, en las preces, la asamblea oró por los sacerdotes, «para que sean ministros fieles de Cristo sumo sacerdote».
Al finalizar la plegaria eucarística, el obispo bendijo el óleo de los enfermos. Del mismo modo, después de la comunión, bendijo el óleo de los catecúmenos y consagró el Santo Crisma.