Diakonia

Joaquín Gutiérrez es el delegado diocesano de Acción Sociocaritativa. Para el Día de la Iglesia Diocesana, nos habla del servicio, especialmente a los más pobres, explicando que «este servicio de la caridad no es solo una asistencia social que bien podrían hacer otros; es una apuesta práctica y significativa por vivir la fraternidad universal y por hacer efectiva la comunicación cristiana de bienes».

El mandato del amor al prójimo está inscrito ya en el corazón de todo ser humano; pues ha sido creado a imagen y semejanza de Dios, que es amor. Pero es sobre todo efecto primordial de la gracia bautismal que nos configura con el Señor Jesús, haciendo nuestra su opción preferencial por los pobres, a los que dedicó su empeño y cariño.

Nadie puede ser excluido de este amor servicial, en la figura de los empobrecidos hay una especial presencia del mismo Señor

Ese amor al prójimo, enraizado en el amor a Dios, no es sólo una tarea de cada fiel cristiano que, imitando al buen samaritano, descubre al prójimo necesitado y le trata como hermano querido. También la comunidad cristiana desde el inicio hace suyo el mandato del Señor Jesús de atender la necesidad ajena: «¡Dadles vosotros de comer!» Y dada la importancia del encargo, será la misma Iglesia Apostólica quien instituya la acción caritativa como servicio comunitario organizado. Así, este ministerio diaconal pasa a formar parte esencial de la misma estructura eclesial: «Los Doce, convocando a la asamblea de los discípulos, dijeron: No nos parece bien descuidar la palabra de Dios para ocuparnos del servicio de las mesas. Por tanto, hermanos, escoged a siete de vosotros, hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, y los encargaremos de esta tarea» (Hch 6, 2-4).

En la actualidad son nuestras Cáritas parroquiales el cauce institucional de la misma Iglesia Diocesana para la atención a los hermanos más débiles y desfavorecidos; prorrogando así el sentir común de atajar toda injusticia y desigualdad, y procurando que a todos lleguen los bienes necesarios para llevar una vida digna. Pero este servicio de la caridad no es sólo una asistencia social que bien podrían hacer otros; es una apuesta práctica y significativa por vivir la fraternidad universal y por hacer efectiva la comunicación cristiana de bienes. Nadie puede ser excluido de este amor servicial, por cuanto en la figura de los empobrecidos hay una especial presencia del mismo Señor: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40).

La comunidad cristiana desde el inicio hace suyo el mandato del Señor Jesús de atender la necesidad ajena

Por eso proclama san Juan Pablo II: «Tenemos que actuar de tal manera que los pobres, en cada comunidad cristiana, se sientan como «en su casa». ¿No sería este estilo la más grande y eficaz presentación de la buena nueva del Reino? Sin esta forma de evangelización, llevada a cabo mediante la caridad y el testimonio de la pobreza cristiana, el anuncio del Evangelio, aun siendo la primera caridad, corre el riesgo de ser incomprendido o de ahogarse en el mar de palabras al que la actual sociedad de la comunicación nos somete cada día. La caridad de las obras corrobora la caridad de las palabras» (Novo Millennio ineunte, 50).

Por Joaquín Gutiérrez Villar