El Pontificio Consejo para la promoción de la nueva evangelización nos propone en este domingo dedicado a la Palabra de Dios que meditemos y nos formemos en torno a la Palabra en la comunidad, en la familia y en la oración.
El sacerdote Raúl López de Toro nos habla sobre la relación de la Palabra con cada una de esas realidades.
La Palabra de Dios en la comunidad
La comunidad eclesial sabe que se reúne en obediencia a la palabra del Señor y que cada eucaristía es una manifestación del Señor de la gloria, y humildemente acoge su presencia.
Abrimos el «Libro de la vida» y escuchamos en la asamblea las palabras del Señor. Las escuchamos como referidas a nosotros, como relatos abiertos que nos incluyen, en el espacio y tiempo sagrado que la liturgia crea. El cristiano conoce, ama y vive tanto la Palabra del Señor que él mismo debe formar parte de su paisaje: «como si presente me hallase», que dice san Ignacio en sus Ejercicios Espirituales.
El don inestimable de la palabra divina, las riquezas que esconde inagotables y la necesidad que tenemos de ella como luz para el camino y alimento espiritual aumentan la acción de gracias de cada uno y la fe de toda la comunidad que la recibe.
La Palabra de Dios en la familia
Es verdad cumplida con testimonios pasados y actuales que «familia que reza unida, permanece unida». En los hogares cristianos la Biblia no es un libro de regalo del sacerdote o catequista que se queda en la estantería o abierto en el mueble por la ilustración que más gusta.
La sagrada escritura es el combustible principal del fuego de la oración del hogar. Hace años que se compran los evangelios del año en diversos formatos y hay costumbre de leerlo todos los días. Es como un riego por goteo y un abono continuo. Los efectos del crecimiento se ven con el tiempo.
El ejemplo para acoger el verbo encarnado en la familia lo tenemos en José y María, su madre y nuestra madre, que «guardaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón». Así como «el niño iba creciendo y robusteciéndose, lleno de sabiduría» en su familia, así crecerá en las nuestras.
La Palabra de Dios en la oración
El orante es una persona que tiene deseo y sed de Dios: «Mi alma está sedienta de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua» (Sal 63, 2). Sólo Jesús calma esa sed ofreciéndose como fuente del Espíritu Santo, verdadera «agua viva» para el que quiere beber, para el que pide el agua, como se lo reveló a la samaritana: «Si conocieras el don de Dios, le pedirías tú y él te daría agua viva. El agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna» (Jn 4, 10.14).
El corazón del creyente que se alimenta de la Palabra de Dios en la Lectio Divina va adquiriendo un hábito de oración, de encuentro con Dios: «Buscad leyendo y encontraréis meditando; llamad orando y se os abrirá la contemplación» (Cf. Mt 7, 7).
Por Raúl López de Toro Martín Consuegra