Cantemos al amor de los amores

Arcángel Moreno Castilla, delegado de Liturgia en nuestra diócesis, nos ofrece lo que llama «un apunte sobre el Corpus Christi», acercándonos a una fiesta de tanto arraigo en nuestros pueblos.

Durante la Edad Media, la eucaristía celebrada experimentó una evolución sin precedentes en la historia de la Iglesia. A partir del s. XII asistimos a una nueva piedad eucarística después de que en tiempos anteriores asistiéramos a las grandes controversias en torno a la presencia del Señor en la eucaristía.

Los fieles apenas participaban ya en la celebración y se convierten en espectadores y adoradores lejanos de la hostia consagrada. La «elevación» y presentación al pueblo de la hostia consagrada pronto derivó en un nuevo rito autónomo, fuera de la misa: el papa Urbano IV extiende a toda la Iglesia la fiesta del Corpus Christi. Es el año 1264.

Era la afirmación de la presencia real del Señor en la eucaristía. La fiesta se concentra en torno a una solemne procesión eucarística. Es el paso triunfal del Señor en medio de su pueblo que le aclama y vitorea con todo el esplendor, sobre todo, a partir del barroco. El arte, la música, ornamentos, custodias. Todo para el Señor. Lo que normalmente llamamos «exposiciones del Santísimo» tienen en este contexto histórico su origen.

Que nada que envuelva la presencia nos distraiga de la eucaristía

Pero ¿qué ve el cristiano en la custodia? En una sencilla respuesta podemos decir: un trozo de pan que viene de la eucaristía. Es Cristo resucitado, su presencia real que para nosotros es motivo de adoración. Por eso cantamos al amor de los amores, Dios está aquí.
Pero que nada que envuelva la presencia nos distraiga de la eucaristía. Hoy, sobre todo en determinados ámbitos, se está fomentando la «exposición del Santísimo» casi como remedio pastoral. Y nos olvidamos que es Cristo eucaristía, que el centro de la vida cristiana es la eucaristía. Es la convocatoria en la que cabemos todos con Cristo a la cabecera de la mesa.

Pero, ¿qué será de nuestra adoración si nos olvidamos de la humilde comida? La presencia une la mesa del mundo y la mesa de la eucaristía, al menos eso era lo pretendido en las primitivas comunidades. La presencia de Cristo en nuestras asambleas y en nuestras calles es una llamada muy evangélica a la humildad: es el Cristo que atendió a los enfermos, a los pobres, a los pecadores, a los sencillos… Ya sé que esto no es espectacular, pero es evangélico. Y si la práctica cristiana no nos lleva al prójimo que Cristo ama, algo estamos olvidando. No pasa nada porque no sea de interés turístico, es Cristo humilde que se queda en un trozo de pan para los más necesitados.

El amor que adoramos ama también al pobre, presencias rotas alojadas en la calle o en los márgenes de la vida, presencias imperfectas que son únicas para este amor, para Dios. Y si deseamos humildemente el reino y a Cristo sirviendo la mesa, es verdad «lo del canto»: cantemos al amor de los amores.

 
Por Arcángel Moreno Castilla. Este artículo se publicó en Con Vosotros de 6 de junio de 2021.