El pasado domingo 14 de junio se vivió un Corpus Christi diferente en nuestros pueblos, con procesiones interiores en cada templo y poca presencia de fieles por el Estado de Alarma.
Se trata de una más de las celebraciones afectadas por la pandemia y que muestran el cambio que se ha producido en nuestra sociedad mientras luchamos contra el coronavirus. Pero, aparte de la Semana Santa, el Corpus es una de las fiestas que congrega más gente en las iglesias y en la calle, con las buenas temperaturas que suelen acompañar este día y con la tradición y fe con la que se vive.
En la catedral, la misa del Corpus se celebró este año por la mañana, retransmitida en directo por Youtube y Facebook y con una pequeña procesión por el interior del templo [al final de la noticia puedes ver el vídeo de la celebración].
El obispo, don Gerardo Melgar, presidió como cada año la celebración, pero esta vez rodeado sólo por cuatro sacerdotes concelebrantes y con una catedral ocupada por el máximo número de fieles que permiten las normas actuales.
En la homilía, don Gerardo recordó, como es habitual en el momento en el que vivimos, a todas las víctimas de la COVID-19, tanto a los fallecidos como a aquellos que se han visto afectados por la pérdida de seres queridos o por una situación económica que «está triplicando, y más, el número de personas y familias que están en un estado de necesidad urgente», dijo.
«La eucaristía nos impulsa a los creyentes a abrir nuestro corazón a los hermanos más pobres, a no mirar para otro lado»
Por este motivo, y tratándose de una solemnidad en la que la Iglesia se esfuerza por hacer siempre
una llamada a la solidaridad a través de Cáritas, don Gerardo pidió a los fieles aportar todo lo que puedan para paliar la necesidad de la gente: «La eucaristía nos impulsa a los creyentes a abrir nuestro corazón a los hermanos más pobres, a no mirar para otro lado ante las necesidades actuales y futuras de los mismos, sino a comprometernos en dar una respuesta de amor, porque solo desde el amor podremos hacer renacer en ellos la esperanza».
«Ante el clamor de los pobres y necesitados que tenemos cerca y ante el clamor de los pueblos que tal vez nos pillan lejos, no podemos quedarnos inactivos e indiferentes, o llenos de desaliento y lamentaciones diciendo que nosotros qué vamos a poder hacer. Como si no pudiéramos hacer nada, porque precisamente las palabras de Jesús: Esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros, haced esto en memoria mía; son un mandato y una invitación a hacer de nosotros para los pobres y necesitados don, entrega, alimento y esperanza», explicó el obispo.
«No podemos, queridos hermanos, aclamar a Cristo presente en la eucaristía y cerrar los ojos al mismo Cristo presente en los pobres y marginados de la sociedad con los que Él se identifica».
En sus palabras se refirió a la presencia real de Cristo en la eucaristía que se celebra y subraya de manera especial en la solemnidad del Corpus, pero siempre llamando la atención para no separar la fe en Cristo de la llamada que el mismo Cristo nos hace para ayudar a los demás: «No podemos, queridos hermanos, aclamar a Cristo presente en la eucaristía y cerrar los ojos al mismo Cristo presente en los pobres y marginados de la sociedad con los que Él se identifica».
En la misma línea, don Gerardo agradeció la respuesta a la petición de ayuda que hizo para Cáritas al principio del Estado de Alarma: «Desde esta eucaristía quiero agradecer públicamente a los sacerdotes, y a las comunidades de religiosos y religiosas, a las hermandades y a los particulares que, cuando se les comunicó que había abierta una cuenta en el Obispado a favor de Cáritas han respondido con verdadera generosidad […]. Hasta la fecha se han recaudado hasta 180.000 euros».
Al final de la misa, don Gerardo portó la custodia en procesión por el templo, mientras la comunidad se arrodillaba ante el Santísimo, para «adorarle —en palabras del obispo en la homilía— como nuestro Dios y Señor porque en el pan partido y en la sangre derramada conmemoramos su muerte por la salvación de la humanidad, que en un acto de amor supremo por nosotros se entrega para librarnos a todos del mal y del pecado».