La fe es dinámica, es viva. Algunos de los ejemplos más recurrentes —y bastante apropiados— en la Escritura es la carrera y el combate. San Pablo dice: «He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado lo que depositaron en mis manos. Sólo me queda recibir la corona de toda vida santa con la que me premiará aquel día el Señor» (2 Tim 4, 7-8). Ciertamente, el dinamismo de la fe se parece al de un combate que dura toda nuestra vida. Una guerra, una batalla que ya ha sido ganada gracias a Cristo en su Resurrección («Yo he vencido al mundo» Jn 16, 33); pero que tenemos que combatir en nuestras vidas para participar de esa victoria de Cristo.
Sí, combate, lucha contra la tentación y el pecado. Para ser fieles, para llegar a la promesa de la gloria eterna es necesario, con actitud vigilante, combatir contra el «Enemigo»; manteniéndonos siempre como hijos de la luz. Por eso: «ceñid la cintura con la verdad, y revestid la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud para el evangelio de la paz. Tened a mano el escudo de la fe, donde se apagarán las flechas incendiarias del maligno. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios» (Ef 6, 14-17).
Publicado originalmente en Con Vosotros por Miguel Francisco Moraleda Jiménez