Estudios científicos dicen que la generosidad, el altruismo, el darse a los demás, puede proporcionar mayores dosis de felicidad que un comportamiento egoísta. La fe y la razón coinciden, pues la Sagrada Escritura también nos dice que «hay mayor felicidad en dar que en recibir» (Hch 20, 35).
La generosidad arranca del mismo Dios. Él nos ha dado todo gratuitamente, de ahí que nuestra tendencia natural y la fuente de nuestra felicidad sea la generosidad, el dar nuestro tiempo, capacidades, bienes materiales, a todos los que lo necesiten, pero especialmente, a quienes no nos lo puedan devolver.
Y ese dar y darnos debe seguir las orientaciones de san Pablo en 2 Cor 9, 7: «Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría».
Darse de corazón, por amor y con alegría a los hermanos más desfavorecidos de la tierra, es lo que están haciendo miles de misioneros por todo el mundo. Ellos que han sido elegidos y enviados para anunciar el Evangelio y dignificar la vida de los más pobres, son para todos nosotros ejemplo de gozosa generosidad.
Por Beni Asensio Mora