Pilar Rubio Serrano es natural de Argamasilla de Alba, tiene 43 años y estudió enfermería en Ciudad Real, comenzó trabajando en la Residencia Asistida de Ancianos de Ciudad Real y después en el Servicio de Urgencias del Hospital de Nuestra Señora de Alarcos. Desde el año 2003 pasó a formar parte del equipo de profesionales de la Unidad de Cuidados Intensivos del Hospital de Alarcos, trasladándose en el año 2006 al Hospital General Universitario de Ciudad Real.
El pasado lunes nos contó su testimonio de trabajo durante la pandemia en la rueda de prensa de la Jornada Mundial del Enfermo que puedes leer y ver aquí.
En esta entrevista, que se publicó el 7 de febrero en el semanario Con Vosotros, nos habla sobre su vocación y la ayuda de su fe en su trabajo.
¿Enfermera por vocación?
En numerosas ocasiones le preguntaba a Dios que era lo quería de mí, como podía llevarle al resto del mundo desde mi pequeñez y un día resonó en mi cabeza la siguiente frase: «Eres enfermera, trabajas en una unidad con pacientes totalmente dependientes: que mejor forma de llevar el amor de mi Hijo y tratarlos como Él lo haría».
La jornada mundial del enfermo habla de cuidarnos mutuamente…
Un lema acertado porque con esta pandemia hemos aprendido que, juntos, llevando a cabo unas recomendaciones básicas, podemos detener la progresión de la pandemia.
¿Cómo te ayuda la fe? ¿Cómo ayuda a otros tu fe?
Mi fe es el otro «pilar», además de mi nombre, que sustenta mi vida. Soy de salud frágil, pero gracias a mi fe encuentro la motivación y el impulso para seguir hacia delante, para salir fuera y desempeñar el trabajo que Dios me ha encomendado: trabajar por, para y con Cristo, transmitiendo a los enfermos esperanza y ánimo y, ahora, con esta pandemia, acompañando y dignificando la muerte de los enfermos que no han podido superar la enfermedad.
El ejemplo arrastra a otros a imitarte, llamando su atención la fuerza, la constancia y la esperanza mostrada ante la difícil situación, asegurando e insistiendo que ello se debe a que hay uno detrás de mí que me sostiene, que me agarra de la mano y tira de mí.
El papa Francisco dice que «la pandemia actual ha sacado a la luz numerosas insuficiencias de los sistemas sanitarios»
Sí, ha mostrado numerosas deficiencias. Por un lado, esta pandemia ha condenado a morir en soledad a miles de personas, casi todas ellas ancianas, privándoles de algo tan importante como morir en paz en compañía de los suyos y de la manera que les gustaría. Por otro lado, ha condenado al más absoluto abandono y olvido a nuestros hermanos de los países más pobres. Estábamos ocupados en nosotros mismos y en denunciar las carencias de material e incremento de carga asistencial, sin ser conscientes de que, si nosotros hemos sufrido, cuánto más lo habrán hecho ellos sin apenas medios.
Además, el Papa dice que «la cercanía es un bálsamo muy valioso»…
El acompañamiento ha sido el único consuelo para estos enfermos. Los profesionales sanitarios nos hemos convertido en familias improvisadas. No todo consiste en administrar medicación y curar heridas, hay otras acciones igualmente importantes que generan consuelo en el enfermo: compartir sus miedos, sus incertidumbres, acariciar su frente y coger su mano en los momentos más duros, coger tu propio teléfono y realizar videollamadas para que su familia pueda verlos, rezar con ellos cuando sus vidas se van apagando, ponerles junto a la cama la estampita de su santo o del patrón de su pueblo que la familia nos hace llegar, llorar incluso con ellos pues hay situaciones en las que no hay palabras para consolar, llevarles a los familiares los enseres de su difunto que son incapaces de ir a recoger al hospital por el dolor que les genera. Hay infinitas acciones con las que podemos reconfortar al enfermo y que sólo Cristo es capaz de suscitar en nuestros corazones.
Los hospitales están hechos para sanar, para cuidar; pero a veces no se puede hacer más y llega la muerte...
La muerte ha sido la tónica general de esta pandemia. Ha sido muy duro ver morir a tantas personas, había turnos en los que fallecían hasta cinco pacientes. Ha sido muy duro ver cómo han muerto tantos ancianos, pensando cómo después de una larga vida se han tenido que ir en la más absoluta soledad. Ha sido muy duro ver a los enfermos despedirse de sus familias antes de ser dormidos para ser intubados. He llorado mucho y seguiré llorando, y he aprendido que ello no es porque sea más humana, no, hay algo más profundo en mi ser que me hace ser como soy: cuidar y acompañar a mis enfermos de otra manera, y esa diferencia viene marcada por la presencia de Cristo en mi corazón.