Como es tradicional en Ciudad Real, la procesión del Corpus Christi se celebró por la tarde del pasado domingo 23 de junio, tras la eucaristía que presidió el obispo, monseñor Gerardo Melgar.
En la misa, en la que concelebraron el cabildo de la catedral y los sacerdotes de la ciudad, estuvo presente en el presbiterio una representación de las Órdenes Militares, históricamente vinculadas a nuestra diócesis.
Monseñor Melgar, en su homilía, recalcó la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, «en medio de nosotros». El Corpus Christi, dijo, «es un acto de adoración a Cristo presente y la manifestación pública de nuestra fe y de nuestra adoración del Señor presente real y sustancialmente en la eucaristía». Subrayó la importancia de proclamar públicamente la fe, de decir que somos creyentes e invitar «a todos a unirse a nuestra oración a Cristo redentor».
«Celebrar la solemnidad del Cuerpo de Cristo es celebrar la más grande historia de amor jamás contada, […] el amor con mayúsculas que se entrega a todos los hombres, […] que sacia nuestra hambre».
En el mismo sentido de manifestar públicamente la fe, expresó el Corpus como un acto de amor que la Iglesia agradece: «Al celebrar hoy la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo damos gracias a Dios por el amor con el que nos ha amado en su Hijo Jesucristo, que nos ha dejado el don de sí mismo y los frutos de su pasión en la Eucaristía. Celebrar la solemnidad del Cuerpo de Cristo es celebrar la más grande historia de amor jamás contada, […] el amor con mayúsculas que se entrega a todos los hombres, […] que sacia nuestra hambre».
Esta entrega a todos los hombres implica a toda la comunidad, puesto que «somos portadores y heraldos de su amor a los demás […] porque no podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a los hermanos, a quienes tenemos a nuestro lado». Este amor tan cercano da libertad a la Iglesia puesto que «adorar a Cristo es el remedio contra las idolatrías. Arrodillarse ante la eucaristía es profesar nuestra libertad ante los ídolos de este mundo. Quien se arrodilla ante Jesús sacramentado no puede ni debe postrarse ante ningún poder terreno, por fuerte que sea».
«Somos portadores y heraldos de su amor a los demás […] porque no podemos amar a Dios, a quien no vemos, si no amamos a los hermanos, a quienes tenemos a nuestro lado»
En resumen, el amor de Cristo nos lleva a los demás porque nos lleva a adorarle y la respuesta es la entrega a todos. Su amor nos da la libertad al lado de los más necesitados, «con los que se identifica el mismo Cristo». Su testamento es el mandamiento del amor.
Al término de la celebración en la Catedral, el Santísimo se expuso en el paso sobre el que realizó toda la procesión por las calles de la ciudad. Diversos altares y alfombras de sal plagaron el recorrido de colores y adoración al Señor, acompañado por numerosos fieles, por los niños que han hecho este año la primera comunión, por miembros de hermandades de Pasión y Gloria, por una representación de las Ordenes Militares, autoridades, el cabildo de la catedral y el clero de la ciudad.