¡Oh cuál y cuánta la vida
en que te asomas, Señor!
¡A cuál y cuánto color
escondida y exhibida
tu Flor Viva nos convida
afrutándonos de Ti!
¡Qué afortunado rubí,
en que Te vivo y Te adoro,
la vida, el mayor tesoro
que de tu amor recibí!
Aunque al nacer ya empezamos
a morir y nuestro fin
de su comienzo es afín;
aunque sin remedio vamos
a la tumba, no sembramos
nuestro grano en mala suerte:
Tú, Señor, cambias la muerte
en vida y la tumba en cuna
sin tolerar que ninguna
de su sueño no despierte.
No tema la muerte fría
eterno hielo invernal,
que del ciego pedernal
y la lápida sombría
tu Piedra Angular un día
sacará fuego de vida,
¡Feliz tal amanecida
donde la vida y la muerte,
la llama y el frío inerte
verán su lid transcendida!
Tú a los vivos amas tanto
y tanto a los muertos lloras;
Tú sus sepultas esporas
las riegas con tanto llanto
que, a la voz de tu quebranto ,
rompen aguas nuestras fosas
naciendo de espinas rosas
y de la piedra torrentes.
¡Tal izas nuestras simientes,
Vida de todas las cosas!
Tú cubres las sepulturas
con tu Sombra Espiritual,
Tú en el vientre virginal
de la tierra nos maduras
las vacuidades oscuras
de las reliquias humanas
y, al par, de la piedra manas
como lázaros masivos
a los muertos redivivos
con quienes Vivo te hermanas!
Mas, mientras llega la hora
de ser iguales a Ti,
danos que ya desde aquí
y sin ingrata demora
tu Cruz vivificadora
nuestra Pascua empiece a ser,
¡con la gracia y el deber
de loar, Cristo, tu vida,
tan velada que exhibida,
como es grato y menester!