Resucitados en Él

Él, tan sólo Él, tiene la fuerza para poder decir: No temáis. No busquéis entre los muertos al que vive. Él, tan sólo Él, puede bajar hasta el seno de nuestro ser, con nuestra historia personal tejida de gozo y de tragedia, y llegar hasta lo más profundo de nuestra soledad herida por la muerte para tendernos su mano desenclavada y más llena de vida que nunca. Y con el impulso de su Espíritu incorporarnos, con Él y en Él, a su misma suerte. Y dejarnos curar en su herida abierta del costado de donde brota el agua viva que nos engendra y predispone para la vida eterna.

Y así, de este modo, gracias a la Pascua del resucitado la esperanza se abrirá paso en medio de tantos motivos y razones para la desesperanza; y la vida derrotará a la muerte, a todas las muertes, las del cuerpo y las del alma. Y la Pascua nos hará defensores y promotores de la vida, desde su concepción hasta su ocaso natural, y de la calidad de vida a la que se oponen la violencia, el paro, las injusticias sociales, la pobreza, la especulación, la avaricia, la explotación y tantas otras formas de mermar, condicionar y empobrecer la vida.

¡Claro que nos cuesta y que no entendemos el dolor y el sufrimiento! Pero ambos van intrínsecamente unidos a la condición humana y desde que Jesús los asumió, los vivió, los padeció y los glorificó con su resurrección, son ya también más humanos y más de Dios!
¡Claro que nos cuesta y no entendemos la muerte, la página más dolorosa, inevitable e insondable de la existencia humana! Pero la muerte es menos muerte gracias a la muerte y resurrección de Jesucristo. Y además, ¿qué otra alternativa nos queda, qué otras opciones nos dan y garantizan la ciencia, la razón, la técnica o el desarrollo?

Con la resurrección del Señor resplandeció, resplandece y resplandecerá siempre el amor. Ese amor que es más grande, más poderoso, más hermoso y más fecundo que la muerte, la desesperación, la injusticia, el odio, el rencor, el mal y las tinieblas. Ese amor salvador que es Jesucristo resucitado, nuestra única esperanza. Y es que ¿no es esto lo que clama nuestro corazón? ¿No es esta la sed del alma del ser humano de todos los tiempos que suspira por ser saciada?

La confesión de fe en el Señor hace que el afán nuestro de cada día sea un anticipar el día de la resurrección final; y sentir en cada alborada el rostro del resucitado por amor, que solo a amor llama.