El Jueves Santo, celebrando la Última Cena de Jesús, la Iglesia contempla grandes misterios de nuestra salvación. Entre ellos, la institución del sacerdocio de los apóstoles, aunque sólo a la luz de la Resurrección serán capaces de comprender la misión que Cristo les encomendó y que después han transmitido a sus sucesores.
Desde el comienzo de su vida pública, Jesús ha llamado a estar con Él a unos cuantos, que lo han dejado todo para seguirle. Pedro, Santiago, Juan, Andrés… no sólo siguen a Jesús, sino que además han sido llamados por Él a ser testigos de una forma excepcional de la acción de Dios por manos de Cristo.
El evangelio nos cuenta que Jesús y los Doce compartían momentos de intimidad, de oración, de descanso; que Jesús les explicaba detenidamente las parábolas, que se confiaba a ellos aunque a veces no le entendían. El espacio más habitual de estos encuentros era en torno a una mesa.
Sin embargo, la Última Cena no es un banquete como los anteriores. Ciertamente hay intimidad y confidencia, agravados por la conciencia de Jesús de su trágico destino. Pero hay también, por encima de esto, una preocupación de Jesús por el futuro, por todos los hombres, por la posibilidad de que a todos llegue este amor hasta el extremo. Por eso, al consagrar el pan y el vino nos deja su presencia y su amor; y por eso, al pedir «haced esto en conmemoración mía», hace sacerdotes a sus apóstoles.
En la Iglesia, el sacerdocio no es una casta, sino una transformación que Cristo realiza en los que llama para que actúen en su nombre, sean pastores en su nombre, perdonen en su nombre, puedan decir «esto es mi Cuerpo» en su nombre y entregar en su nombre la vida para la salvación de todos.
La vida de los apóstoles con Jesús en su misión por Galilea se convierte para nosotros en un modelo de la Iglesia y de la vida de los cristianos, llamados como estamos por Cristo a compartir su intimidad y a ser testigos de lo que hemos visto y oído. Pero además en la Última Cena, la vida de los apóstoles ha cambiado: ahora Cristo les ha encomendado el ministerio de su presencia. Se hacen ahora modelos de lo que la Iglesia llama «orden sacerdotal».
Con su ministerio sacerdotal, los apóstoles y sus sucesores abren para todos los hombres la amistad que compartieron con Cristo, y Él hace llegar así a todos los hombres su misericordia y su amor.