La esencia de la memoria del Pueblo judío se celebraba en la fiesta de la Pascua. Pueblo nómada y peregrino, esclavizado y liberado, con promesa e incumplimiento, el Pueblo de la Alianza con el Señor. Los tres evangelistas sinópticos sitúan la Última Cena de Jesús en la cena Pascual. El cristiano celebra la memoria del Nuevo Pueblo de Dios en esta Misa vespertina del Jueves Santo. Haciendo memoria de la ofrenda de la vida de Jesucristo al Padre en favor de todos los hombres, hace memoria de la institución de la Eucaristía y del sacerdocio. Un gesto que recuerda el servicio del que lava los pies y que se apropió el Maestro para enseñar a sus discípulos, apunta a la clave para entender la confluencia de tanto misterio en una sola celebración: el amor de Dios que origina el amor fraterno. Amor del que se hizo hermano de los hombres para amar fraternamente enseñando el amor paterno. Identifica el amor con el servicio, con la búsqueda del bien del otro.
El Cordero de Dios se inmola para ser comido y dar vida eterna al mundo. En la última Eucaristía antes de la celebración de la Resurrección, el Pan consagrado queda custodiado en la reserva del Sagrario, para la comunión en la celebración del Viernes Santo y para los enfermos. El lugar de la reserva se suele preparar de modo especial. Allí se orará en la Hora Santa en la que se recuerda la oración del mismo Cristo en Getsemaní. Aún hay iglesias donde la oración ante el Santísimo se prolonga en silencio a lo largo de toda la noche con turnos de vela.
Por Luis Eduardo Molina Valverde