El pasado sábado 2 de junio, dos mujeres de nuestra diócesis se incorporaron al Orden de las Vírgenes Consagradas en una celebración que presidió el obispo, monseñor Gerardo Melgar.
Se trata de Antonia Ledesma Matas, de la parroquia de San Andrés Apóstol de Moral de Calatrava y de María José Merino Orellana, de la parroquia Ntra. Sra. de La Asunción de Viso del Marqués.
En la celebración, estuvieron acompañadas por familiares y amigos, así como por el resto de las mujeres pertenecientes al Orden de las Vírgenes Consagradas en nuestra diócesis que, con estas dos últimas incorporaciones, cuenta ya con seis miembros.
Antes de la consagración, el obispo les agradeció su entrega, explicando en qué consiste el «Ordo virginum», una forma de vida instituida que se practicó en la Iglesia hasta el s. XIV, cuando empezó a decaer, hasta que se recuperó en el Vaticano II. Monseñor Melgar explicó que «la virgen se desposa con Cristo y consagra a él todo su amor, y no necesita otro amor distinto del amor de Dios». Explicó, además, las peculiaridades de este «Orden»: la faceta esponsal de Jesucristo, el amor de la Iglesia en respuesta al amor de Cristo esposo; que la virgen consagrada es esposa de Cristo, su único amor; que no es un carisma que «nazca de las necesidades apostólicas o sociales de la Iglesia, sino que es la respuesta de la virgen a la llamada de Cristo a la Iglesia a ser su esposa»; que no pasa por la mediación histórica de un fundador, sino directamente de Cristo; que no tienen ningún superior, sino que dependen directamente del obispo; que no es una vocación para vivir en comunidad, aunque puedan reunirse y apoyarse; que no son religiosas que profesen los tres votos; que no son laicas en sentido estricto y que han de vivir en el mundo, pero desde este estado singular.
Concluyó manifestando la alegría que supone para toda la Iglesia la consagración, y manifestándoles que «no estáis solas», invitándoles a recordar a menudo las palabras de la segunda carta a los Corintios: «Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad».
Después de la homilía, la celebración continuó con la consagración. Después de pedir la intercesión de los santos con las letanías, mientras las dos mujeres estuvieron tumbadas en el presbiterio, con la misma oración que presenciamos en las ordenaciones, el obispo les entregó el anillo y el libro de oración, después de escuchar el compromiso que hicieron públicamente.