Nuestra fe cristiana acoge, con la confianza que ofrece la gracia, la noticia que recorrerá la noche de los tiempos, llenando el horizonte de luz y de esperanza: ¡Cristo ha resucitado!
No busquéis más en las entrañas de la muerte al Que ha sembrado de Vida toda la creación. “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). La Resurrección no es un volver a esta vida, sino Vivir a estreno, desde ya.
La humanidad de Cristo ha quedado para siempre “en-diosada”, glorificada. Dios y el hombre son consortes en alianza eterna. Ya nunca será Dios sin lo humano ni la humanidad podrá ser nunca más humana sin el Dios Entregado.
Por eso, la resurrección, siendo novedad y salto adelante, no es separable de la vida sacrificada por amor hasta el extremo de Cristo, como la espiga no es un premio al grano enterrado y destruido sino su fruto. ¡En la Cruz está la Vida!
¡Resucitemos con Él!
Y así, los que por el bautismo hemos enterrado, por muerto, lo que nos autodestruye, para vivir desviviéndonos como Él y con Él, no tenemos otro sentido y camino en la vida que Él mismo. Como Él es reconocido al partir el pan, porque es Pan Partido que da la Vida al mundo, a nosotros nos reconocerán al ‘partirnos como el Pan’, al entregarnos y ofrendarnos como Cristo... viviendo ya resucitados.
“Si Dios nos ha amado así, amémonos nosotros de la misma manera”. Este es el corazón de la fe cristiana. Esta es nuestra opción fundamental. Esto es lo que da un nuevo horizonte a nuestra vida y, con ello, una orientación decisiva” (Cfr. DCe 1).
Esta Verdad vivida es lo que nos hace ‘testigos del Resucitado’, misioneros de la esperanza en un mundo redimido.
El primogénito de los muertos soportó estar pacientemetne tres días bajo la tierra, para salvar todo entero al género humano: al anterior a la Ley, al posterior a ella, al inaugurado por Él. Y tal vez también para resucitar al Viviente, por entero –en alma, espíritu y cuerpo-. Por eso también pasa tres días. (Pseudo Hipólito, En la Santa Pascua, 58)
Fresco del Giotto que representa el momento en que Jesús dice a María “No me toques”, y que conocemos en su traducción latina como “Noli me tangere”. Jesús dice esto para expresar que no puede ser retenido, pues aún no está con el Padre.