Con la fórmula propia de este día de imposición: «Conviértete y cree en el Evangelio» (cf. Mc 1, 15) o bien «Acuérdate que eres polvo y al polvo volverás» (cf. Gn 3, 19); utilizando como única materia la ceniza, da inicio el tiempo litúrgico de la Cuaresma.
El sentido simbólico de la ceniza se ha relacionado siempre con la muerte, con la caducidad, pero también con la humildad y la penitencia. En el libro de Jonás el capítulo tres y el versículo seis nos sirve como un claro ejemplo para describir la conversión de los habitantes de Nínive. En Gn 18, 27, Abraham dice: «¡Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza!». La ceniza está relacionada, por un lado, con el polvo y, por otro lado, con el fuego. Dentro del ámbito histórico de las distintas religiones antiguas, la ceniza se llega a asociar con la culpa y con la muerte.
El comienzo de los cuarenta días de penitencia en el Rito romano, se caracteriza por el austero símbolo de las cenizas. El Miércoles de Ceniza, el anterior al primer domingo de Cuaresma, dentro de los ritos propios de esta celebración, aparece el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente. Ceniza proveniente de la cremación de las palmas bendecidas en el Domingo de Ramos del pasado año. La Cuaresma empieza con ceniza y termina con el fuego, el agua y la luz de la Vigilia Pascual.
La larga cuarentena inaugurada con la ceniza, responde a esa necesidad de la búsqueda inmediata de volver a Dios, de que nuestros ojos vuelvan a Dios y lo puedan mirar con facilidad y sin ningún tipo de miedo. Es tiempo de reflexionar y meditar a la luz de la Palabra de Dios, pedir perdón por mis faltas cometidas participando en la celebración del perdón.
Por Jacinto Antonio Naharro, publicado en Con Vosotros de 15 de febrero de 2015.