«Ser un instrumento del amor de Dios»

Al mediodía del 5 de octubre celebraremos en la catedral la ordenación de dos nuevos sacerdotes en la diócesis de Ciudad Real.

Se trata de Pedro Julián Delgado y de Gabriel Rojas, dos jóvenes de nuestra Iglesia que fueron ordenados diáconos por el obispo el pasado 13 de julio.

En esta entrevista, que se publico en Con Vosotros el 22 de septiembre, hablamos con Pedro Julián Delgado, natural de Ballesteros de Calatrava y de 32 años de edad.

En la entrevista nos habla de su llamada vocacional y del camino formativo en el Seminario. También de aquellos rasgos que concretan su vocación y de lo que piensa que es el sacerdocio.

Vas a ser ordenado como sacerdote en los próximos días. Cuéntanos con brevedad tu camino de llamada, de vocación y de respuesta.

Mi camino vocacional ha pasado por varias etapas. En un primer momento, comencé a acercarme más a Jesús y a la eucaristía. Este encuentro provocó en mí preguntas profundas sobre mi vocación, surgiendo dudas sobre lo que Dios realmente me pedía. Después de un tiempo de discernimiento y oración, llegó la respuesta: una respuesta valiente y firme, con la certeza de que estaba llamado a seguir la voluntad de Dios y entregarme por completo a su servicio.

Aunque la llamada, la vocación, tiene unos rasgos comunes a todos los cristianos, hay algo concreto en cada uno, algo que distingue tu llamada. ¿Puedes hablarnos de ello? De lo que crees más personal, lo que caracteriza tu vocación.

Creo que lo más particular de mi vocación ha sido cómo Dios ha ido trabajando a través de las personas que ha puesto en mi vida. Desde el principio, sentí que mi vocación no surgía de un solo momento, aunque hubiera un momento central ante el monumento en Semana Santa.

Todos los que me acompañaban fueron instrumentos con los que Dios fue preparando mi corazón, guiándome poco a poco hacia donde Él me quería.

¿Qué es para ti ser sacerdote? ¿Qué piensas que Dios y los demás esperan de ti?

Ser sacerdote es, ante todo, ser un puente entre Dios y los hombres, un instrumento del amor de Dios. Es vivir al servicio de Dios y de los demás, especialmente en la eucaristía, que es el centro de la vida sacerdotal. Un sacerdote que, sin ser perfecto, busca amar a Dios y servir con generosidad a su pueblo.

Creo que Dios espera de mí fidelidad, una entrega generosa y total, siempre buscando ser más como Cristo: humilde, compasivo y dispuesto a dar la vida por sus ovejas.

De los demás, creo que esperan un sacerdote cercano, disponible y que sepa escuchar y acoger, alguien que los acompañe en sus alegrías y sufrimientos, y que les recuerde constantemente que Dios los ama y que siempre está con ellos.

Ahora que se acerca la ordenación, tus amigos y familia hablarán sobre ello, ¿qué te dicen?

Lo que más escucho de mis amigos y familia se puede resumir en una sola palabra: ilusión. Ellos me transmiten una enorme ilusión, alegría y una emoción compartida, porque ven lo feliz que estoy ante esta nueva etapa de mi vida.

Eres de un pueblo de pocos habitantes, Ballesteros de Calatrava, ¿cómo se está viviendo tu ordenación allí?

Pues al igual que mi familia y amigos se está viviendo con mucha ilusión y felicidad, pues la última ordenación de Ballesteros, fue la de Julio Donoso hace cincuenta y cinco años.

Desde el principio, he querido que este acontecimiento no sea solo mío, sino de toda la gente que me ha acompañado en este camino. Por eso, he intentado involucrar al mayor número de personas en la celebración, que será durante todo el fin de semana.
No es solo mi ordenación, es la de todo Ballesteros, es el fruto de la fe y la vida que hemos compartido como pueblo.

Por último, algún joven puede estar leyendo esta entrevista y sentirse cuestionado por tu vida, por la vocación al sacerdocio. ¿Qué le dirías?

Le diría: sé valiente, atrévete a escuchar, a confiar y a responder.

Que no tenga miedo de escuchar lo que Dios quiere decirle, porque su llamada es siempre una invitación a algo grande, a una vida llena de sentido.

La vocación, sea cual sea, es un regalo por eso hay que confiar. Dios nunca te deja solo, te acompaña en cada paso y, cuando das ese «sí» valiente, descubres una alegría y plenitud que no se compara con nada.