Hoy celebramos la solemnidad del patrono de la diócesis, santo Tomás de Villanueva. Jesús Navarro, licenciado en Historia de la Iglesia, nos habla de los tres amores del santo: a las misiones, a los pobres y a la formación del clero, «realidades para las que fue un signo profético de su tiempo».
Hay muchas razones para afirmar la importancia de santo Tomás de Villanueva, nuestro patrono, para la Iglesia y para su historia, nuestra historia. La primera y principal es su vida por ser modelo para todos los cristianos. Pero, como ya hemos escrito en otras ocasiones de su biografía, en este artículo destacaría sus grandes amores, válidos para cualquier tiempo, pero decisivos en el momento histórico que le tocó vivir. Me refiero al amor a las misiones, a los pobres y a la formación del clero, realidades para las que santo Tomás fue un signo profético para la Iglesia de su tiempo.
Fue elegido provincial de los agustinos para la provincia de Andalucía en 1527 y para la de Castilla en 1534. En su servicio desde el cargo, contribuyó a la evangelización de América, preocupación de la Iglesia del momento, enviando misioneros, eligiendo a los candidatos según las indicaciones del emperador Carlos V y del prior de la Orden.
Una vez elegido arzobispo de Valencia destacó, en primer lugar, por su ayuda a los más necesitados, característica más conocida del santo. Invertía la mayor parte de la renta de la diócesis en su atención, pero no se limitaba a dar limosna, como promovían las prácticas caritativas de la época, sino que se esforzaba por promover a los pobres para que llegasen a ser autosuficientes gracias a su trabajo, siendo en esto pionero.
Y, por último, uno de los empeños pastorales más relevantes de santo Tomás fue la reforma y formación del clero. Nada más entrar en la diócesis de Valencia, realizó una visita pastoral, de la que salió la necesidad de un sínodo diocesano (1548), que centró en la atención al clero. Fruto de esto, y anticipándose al Concilio de Trento, fundó en 1550 el Colegio Seminario de la Presentación para formar a los sacerdotes que necesitaba su diócesis. El concilio legislará, más tarde, en 1563, una regulación para la creación de seminarios. También se anticipó al Concilio de Trento en las propuestas de reforma de la vida religiosa y en la teología de la justificación. Fue convocado por el mismo emperador Carlos V para participar en el Concilio, pero pidió, con ayuda del clero de Valencia, que le dispensara de acudir por las necesidades de su diócesis y por su frágil salud. No acudió en persona, pero envió un memorial donde manifestó su deseo de un clero devoto y formado.