Siempre que tenemos que hablar de la vocación al sacerdocio lo hacemos desde la Biblia. Las vocaciones que nos relata son paradigma para el estudio de cualquier vocación que se plantea con el deseo de escuchar la llamada y responder. Y, por supuesto, con la belleza del contexto y las condiciones en que se desarrolla el testimonio apostólico: el maestro es quien llama; la respuesta es clara: se deja todo y se camina tras Él. Es evidente que es en la Escritura donde encontramos la fuente para pensar la vocación.
Pero me gustaría mirar al joven de hoy y decirle que Dios busca jóvenes imperfectos, que hay lugar y tiempo para madurar el proceso por el cual uno va creciendo y toma las decisiones importantes de su vida. De momento, quizá suene extraño.
Hay jóvenes que buscan y no encuentran, los hay con inquietudes que no saben cómo encauzar, jóvenes que quieren y parecen no poder, otros que pueden y no quieren, otros que se plantean y no dan el paso, otros que sueñan pero se encuentran entre los afanes de la vida, otros que entre tanto ruido externo apenas si perciben que hay una llamada para su vida...
Dios quiere jóvenes que buscan, que están necesitados de crecimiento, con ambiciones internas para descubrir el mar infinito donde navegar rumbo a la aventura de su vida.
Dios busca jóvenes que no saben todo, gente que hasta se encuentra deslumbrada por la técnica y los medios, pero que no dejan de empeñarse en querer tocar la realidad para saber recordar la textura de la palabra que pronuncian los labios y toma cuerpo en tantos que necesitan aliento, jóvenes que ven que no llegan a todo, pero que no se cansan de buscar. No les gustan los prejuicios, ni los estereotipos.
Dios busca jóvenes que están aprendiendo a ser libres, que viven el asombro de la cabeza y el corazón cuando la realidad abierta de los otros les sorprende con preguntas y respuestas que nos dejan en la entrada del misterio. El mundo digital les deja a distancia de una tecla que tocar, pero no encuentran la verdad.
Jóvenes imperfectos que aman la humildad de sus vidas, que no abarcan todo, que aceptan al maestro que pregunta: Y tú, ¿qué quieres hacer? Imperfectos porque admiten ser invitados a la vida, aceptan que hay una clave de la vida para él, que no terminan de aprender matemáticas porque la ecuación de la vida les pide más sin medida.
Jóvenes que quieren aprender a amar porque aspiran a conocer el amor, que quieren vivir amistades profundas y lazos que no atan, sino que ensanchan el alma y la mente para encontrar lo definitivo: amar hasta dar la vida. No les valen los modelos porque prefieren descubrir una vida rica, con la libertad de quienes toman decisiones atraídos por una mirada concreta y fascinante.
Jesús busca jóvenes que educar, jóvenes que ven a Cristo como alfarero o labrador; que aceptan la poda, el riego que quita las malas hierbas. Imperfectos destinados a la mejor cosecha con el viñador generoso, con el maestro constante y fiel.
Jesús busca jóvenes que quieran escuchar: la vocación es la voz que susurra que existe el camino, la verdad y la vida. Si la oyes, convéncete de que Cristo llama. A ti. Y no te preocupes por tus imperfecciones, lo demás está por hacer, el maestro tiene paciencia. Lo importante no es la longitud del camino, sino haberlo encontrado.
Por Arcángel Moreno Castilla, padre espiritual del Seminario