La experiencia de la vocación

El rector del Seminario, Juan Serna Cruz, nos habla de la experiencia de la vocación como una vivencia concreta a raíz del encuentro con Jesús. En este momento de la Iglesia, nos dice, «¿no tendríamos que preocuparnos más por la respuesta de jóvenes que compartan el ministerio apostólico y sean sacerdotes?»

No siempre nos resulta fácil comprender los grandes conceptos de la fe, sobre todo porque no tenemos en cuenta que detrás de cada definición hay varias experiencias que se pueden describir. Aunque a veces nos cuesta poner nombre a las cosas que experimentamos, las grandes dimensiones de nuestra fe se refieren a vivencias concretas.

Esto puede decirse, entre otros conceptos, de la vocación. Podemos pensar una definición, pero es más importante que reconozcamos a qué experiencias se refiere, qué realidades de nuestra vida resultan implicadas. Entender la vocación no es entender un concepto para aplicarlo, sino identificar distintas vivencias de la fe.

Ante todo, hay que decir que no se puede comprender qué es la vocación sin sentirse impactado por el proyecto de Jesús: ante las muchas propuestas que nos ofrece la cultura actual, sus centros de interés y sus distintas formas de comprender el significado de la vida, Jesús propone una nueva humanidad que comprende la existencia como un don de Dios y sostiene un nuevo proyecto de dignidad humana. Nuestro mundo necesita las palabras de Jesús y sus acciones de salvación.

Los cristianos sentimos que no somos nosotros los que deseamos estar con Jesús, sino que es Jesús mismo el que cuenta con nosotros

Ahora bien, es imposible conocer el mensaje de Jesús sin encontrarse con el mensajero, que es Jesús mismo. El proyecto de Jesús es su propia persona: hacer realidad su propuesta implica unirse a Él y caminar con Él, querer compartir con Él las jornadas y los sentimientos. La oración es tiempo compartido con Jesús para conocerle más.

Y, en el marco de la oración, los cristianos sentimos que no somos nosotros los que deseamos estar con Jesús, sino que es Jesús mismo el que cuenta con nosotros. No hemos sido seducidos simplemente por un proyecto humano ni solo nos hemos fascinado por una persona excepcional, sino que Jesús, el Señor, que nos conoce profundamente, cuenta con nosotros como parte de su Reino. Cada uno de nosotros tiene algo insustituible que aportar.

Y así, los cristianos nos preguntamos: «¿qué puedo ofrecerle yo al Señor?, ¿qué puedo hacer por Él?, ¿qué espera de mí?». Como respuesta agradecida al amor del Señor y a la confianza que deposita en nosotros, nos ofrecemos generosamente a colaborar con Él, a ayudar a los necesitados, a transformar algunos sectores del mundo, a continuar con su misión evangelizadora…

Todas estas experiencias, que de algún modo forman parte de nuestro itinerario cristiano, están debajo de lo que conocemos como vocación. No es solo aquello a lo que te sientes llamado, ni tampoco las cualidades que tienes y que parece que te orientan en una determinada dirección. La vocación es atracción por el evangelio, búsqueda de la amistad con Jesús en la oración, experiencia de ser elegido por Él y respuesta agradecida a su propuesta, en unas circunstancias concretas del mundo y de la Iglesia. Entusiasmo, amistad, llamada y agradecimiento. Estas son las experiencias que conocemos como «vocación».

«¿Qué puedo ofrecerle yo al Señor?, ¿qué puedo hacer por Él?,  ¿qué espera de mí?»

En la Iglesia, todas las vocaciones son importantes. Unas piden un compromiso concreto en la comunidad: catequistas, voluntarios, acompañantes, etc. Otras, sin embargo, reclaman un planteamiento global de la propia vida: vida laical, vida consagrada, vida ministerial. Y es verdad que todas son necesarias pero, en este momento de la historia, en la situación que atraviesa la Iglesia, ¿no tendríamos que preocuparnos más por la respuesta de jóvenes que compartan el ministerio apostólico y sean sacerdotes?

Habrá vocaciones si hay entusiasmo por el proyecto de Jesús, si hay verdadero deseo de mantener una profunda amistad con Él, si se cultiva la conciencia de que Él confía en nosotros y si entendemos nuestra fe como una respuesta agradecida, porque podemos hacer algo por Él. A nuestra fe no deberían faltarle estas experiencias que describen lo que es la vocación.
 
Por Juan Serna Cruz