Tercer domingo de Cuaresma: «La samaritana»

Esta Cuaresma proclamamos las lecturas del ciclo A, que son las que siguen los catecúmenos al prepararse para el bautismo que recibirán en la Vigilia Pascual. Este año, además, estos catecúmenos recibirán este sacramento, junto a la confirmación y la eucaristía —los sacramentos de la iniciación cristiana— en la catedral, en la vigilia que presidirá el obispo. En el artículo de hoy, el delegado de Liturgia nos habla del evangelio de la samaritana, que se lee cuando se celebra el primer escrutinio preparatorio al bautismo.

Es el domingo de la samaritana. Se celebra el primer escrutinio preparatorio al bautismo de los catecúmenos que en la Vigilia Pascual serán admitidos a los sacramentos de la Iniciación Cristiana, con oraciones e intercesiones propias.

La samaritana asume en el evangelio una función simbólica universal. Nos representa a todos los que podemos y debemos encontrarnos con Cristo para experimentar su salvación desde lo más hondo de nuestro ser.

La samaritana, que encuentra a Jesús junto al pozo de Jacob, es una acertada tipología de la humanidad. En los rasgos de esta mujer podemos adivinar nuestra situación existencial. Un personaje que vive la rutina de una existencia, resignada a la monotonía de la vida y de la historia, pero que finalmente cae en la cuenta de su situación y de su posibilidad de cambio de vida, de nuevas perspectivas para su existencia, ante la persona de Jesús que ha salido al encuentro junto al pozo de Sicar.

El encuentro con Cristo ahonda más allá de la rutina y del pecado. En el corazón de la samaritana, y en su misma situación de amargura existencial, más o menos aceptada, busca en Jesús descubrir, bullidora y en brote, una fuente de agua viva. Más allá del pecado, la salvación. En esta samaritana —tipología fundamental del creyente que se acerca a Jesús desde lo más sincero de sus sentimientos— encontramos la persona humana en su necesidad fundamental de salvación.

En el corazón de la samaritana, y en su misma situación de amargura existencial, más o menos aceptada, busca en Jesús descubrir, bullidora y en brote, una fuente de agua viva

Jesucristo aparece como salvador. Es la respuesta a la condición del hombre: sus palabras y sus gestos son ya una anticipación del cambio, un principio efectivo de la salvación más allá del momento, es agua que nos recuerda el sacramento.

Este evangelio tiene una conexión directa con la mistagogía bautismal, es decir, con la experiencia de la realidad del bautismo, anticipada en estos encuentros de Cristo con el «iluminado» (antes llamado catecúmeno), antes del encuentro sacramental decisivo de la Vigilia Pascual. Y el bautismo recibido, del que se hace memoria en Cuaresma para toda la comunidad cristiana, nos encara con estas realidades sacramentales vivas que se convierten en dimensiones esenciales de nuestro vivir.

El bautismo es conversión a Cristo. Conversión que Él suscita con su palabra, con su mirada, con su acción interior. La samaritana presenta en el evangelio el proceso dinámico y positivo de conversión evangélica, de transformación de la persona. De pecadora a apóstol. Como cualquier cristiano que se deja «escrutar» por la mirada «convertidora» de Jesús. El primero de los escrutinios bautismales conduce a este cara a cara con Cristo. Escrutinio de la purificación y de la conversión.
 
Por Arcángel Moreno Castilla