En la jornada de este año el papa Francisco nos recuerda que el sentido último de nuestra vida es la búsqueda del Reino de Dios, presente en aquellos acogen la salvación.
Todos debemos sentirnos comprometidos personalmente en la construcción de ese mundo nuevo donde todos podamos vivir dignamente, es un trabajo minucioso de conversión personal y de transformación de la realidad. Los dramas de la historia nos recuerdan lo lejos que estamos todavía, pero no debemos desanimarnos, porque «esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva donde habitará la justicia» (2 Pe 3, 13).
Construir el futuro con los migrantes y los refugiados es reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al bien común
Construir el futuro con los migrantes y los refugiados es reconocer y valorar lo que cada uno de ellos puede aportar al bien común. La aportación de los migrantes y refugiados ha sido, y es, fundamental para el crecimiento social y económico de nuestras sociedades; pero sería mayor si se valorara y se apoyara mediante programas específicos.
La presencia de los migrantes y los refugiados representa un enorme reto, pero también una oportunidad de crecimiento cultural y espiritual para todos. Podemos construir juntos un «nosotros» más grande.
La riqueza que encierran sus religiones y espiritualidades nos estimula a profundizar nuestras propias convicciones. Ellos son a menudo portadores de dinámicas revitalizantes; es necesario trabajar ya para que el proyecto de Dios sobre el mundo pueda realizarse y venga su Reino de justicia, de fraternidad y de paz.
Por Julián Plaza, delegado diocesano de Migraciones