Este martes celebrábamos a Nuestra Señora, madre del Buen Consejo. Por esta razón, hablamos de una comunidad de religiosas que lleva varias generaciones acompañando a los jóvenes que se preparan para el sacerdocio en nuestro Seminario Diocesano. Con la casa dentro del edificio del seminario, estas religiosas han cuidado y rezado por la vocación de cientos de sacerdotes. Escribe Vicente Díaz-Pintado, delegado de Vida Consagrada en nuestra diócesis.
Todas las órdenes religiosas que están presentes y siembran su carisma en nuestra diócesis merecen, sin lugar a duda, una ventana abierta desde nuestro informativo diocesano a modo de reconocimiento agradecido; y lo tendrán. Pero esta vez, teniendo presente esta semana la celebración de nuestra Señora del Buen Consejo, nos detenemos en la pequeña comunidad que lleva muchos años sirviendo en nuestro seminario y cuya historia va unida a la del centro donde se forman los futuros sacerdotes de la Iglesia.
Han sido muchos -cientos- los niños, adolescentes y jóvenes seminaristas que han crecido humana, espiritual y vocacionalmente sintiendo, junto a sus formadores, el cuidado de la presencia cercana, delicada y maternal de las hermanas religiosas Franciscanas del Buen Consejo durante décadas. Seguro que habrá muchos lectores, bien sean sacerdotes, antiguos alumnos o padres de éstos, que evocarán más de un recuerdo de aquellas mujeres consagradas al servicio discreto y callado de quienes vivieron y crecieron en el seminario y son parte de nuestra historia más humana y entrañable.
Teniendo presente esta semana la celebración de nuestra Señora del Buen Consejo, nos detenemos en la pequeña comunidad que lleva muchos años sirviendo en nuestro seminario
Cada generación hemos conocido a unas hermanas distintas, con rostros, nombres e historias concretas, con cientos de detalles custodiados en la memoria de una vida al servicio de tantos que se formaron aquí y, sobre todo, han regalado, con sus vidas expropiadas, la presencia femenina en el corazón célibe de quienes hoy somos sacerdotes.
En la cocina o el dispensario, en la enfermería o en el discreto rincón de la lavandería, a cualquier hora, todos los días, pendientes de todo, como una madre en el hogar, han sido aliento, escucha, palabra de ánimo, fortaleza y confianza para tantas madres que, con cierto pesar, dejaban a sus hijos pequeños en el seminario sabiendo que las religiosas, de alguna manera, también velaban por ellos.
En el corazón de la casa donde se gesta el futuro presbiterio ha latido, y sigue latiendo, el corazón femenino y virginal de las hermanas franciscanas
En el corazón de la casa donde se gesta el futuro presbiterio ha latido, y sigue latiendo, el corazón femenino y virginal de las hermanas franciscanas de nuestra Señora del Buen Consejo, a quienes hoy, en nombre de muchos, queremos agradecer su presencia constante en el centro de la diócesis que es nuestro Seminario Diocesano. Sor Asunción, sor Marina y sor Rosa encarnan, actualmente, la larga lista de hermanas que pasaron por aquí y dejaron su huella entre los muros de esta casa pero, sobre todo, sembraron un testimonio vocacional de entrega en tantos corazones de seminaristas y sacerdotes que tuvimos, y seguimos teniendo, la gracia de ser testigos de su carisma, de su oficio callado y su entrega abnegada por amor y servicio al Reino de Dios. El Señor es buen pagador; y nosotros agradecidos.
María Teresa Rodón
Cada etapa de la historia ha tenido sus claroscuros, también en la Iglesia. Y es ahí, precisamente, donde Dios ha suscitado personas con carismas que han arrojado luz y santidad para sanar y abrir nuevos caminos. Es el caso, entre otros muchos, de María Teresa Rodón Asencio, fundadora de las Religiosas Franciscanas del Buen Consejo.
Una mujer que le toca vivir en tiempos muy difíciles —nunca ha habido tiempos fáciles para la mujer—. Hija de madre soltera y abandonada al nacer, su infancia y adolescencia transcurren en medio de abundantes pruebas y sufrimientos, falta de afecto, incomprensión y humillaciones. Una mujer que podía haber crecido con rencor, con una vida desestructurada abocada al fracaso y, sin embargo, donde es humanamente imposible la vocación, Dios obra el milagro. Porque es el que trabaja con su gracia nuestras pobres naturalezas; no necesita más historia para trabajar en una persona y sacar una vocación.
En María Teresa Rodón se unirán dos pilares fundamentales que harán de ella una mujer humanamente sanada, construida sobre las cicatrices de sus heridas, ungida por la Misericordia del Padre y la gracia del Espíritu: El carisma de la vida sencilla de san Francisco de Asís y la protección maternal de la Virgen María en su advocación de Nuestra Señora del Buen Consejo, cuyo día, un 26 de abril de 1896, tomaron el hábito las primeras hermanas de la congregación en Astorga (León).
María Teresa, junto con otras mujeres, desde la caridad de Cristo, serán referente femenino que rescatarán a tantas mujeres en situación de riesgo de aquella sociedad. Hoy las hermanas están presentes sembrando su múltiple carisma en España y en varias partes del mundo siendo rostro tierno de Dios y corazón maternal de la Iglesia. Ellas nos recuerdan el buen consejo que un día la Virgen nos dio: «Haced lo que Él os diga».
Por Vicente Díaz-Pintado Moraleda