Pasión

El quinto domingo de Cuaresma pone nuestra mirada en la centralidad de Jesucristo para ser conscientes de «lo que Cristo ha hecho por nosotros e insistir en nuestra conversión». Estamos en la recta final de la Cuaresma.

Conocido con anterioridad al Concilio Vaticano II como el domingo de Pasión, el V domingo de Cuaresma nos prepara para encaminar la recta final de este tiempo litúrgico, encontrándonos ya a las puertas de la Semana Santa.

Esta es nuestra meta y vocación a la que somos llamados: «cristificarnos»

Uno de los signos externos que ayudan a hacernos caer en la cuenta de la proximidad de la pasión, muerte y resurrección de Jesús es la costumbre en algunas iglesias de cubrir en este domingo con un velo morado las cruces hasta después de la celebración de la Pasión del Señor, el Viernes Santo, y las imágenes hasta el comienzo de la Vigilia Pascual. Constituye un signo litúrgico que nos ayuda a focalizar nuestra atención en la centralidad de la fe cristiana: que Cristo muere y resucita por nuestra salvación. Sin resurrección, vana es nuestra fe y, por tanto, no tendrían sentido ni las cruces ni las imágenes de los santos en nuestros templos.
A esta intención también nos encaminan las lecturas y oraciones de este domingo: ser conscientes de lo que Cristo ha hecho por nosotros e insistir en nuestra conversión. Podemos señalar tres aspectos:

La liturgia de este domingo nos insiste en la conversión

1. La novedad de la que nos habla la primera lectura del profeta Isaías nos conduce a la glorificación y a la alabanza expresada en el Salmo 125: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres». ¿Cuál es esa novedad?

2. Nuestra condición de pecadores, que nos haría merecedores de ser castigados, en cambio lleva al Señor a mostrar su compasión y misericordia: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra» (Jn 8, 7). Nuestros pecados han conducido a Cristo a la cruz. Mirando a la cruz, no podemos olvidar la razón: Jesús está en la cruz porque «me amó y se entregó por mí» (Ga 2, 20).

3. Ante semejante hecho, la liturgia de este domingo nos insiste en la conversión: «Anda, y en adelante no peques más» (Jn 8, 11). No podemos continuar igual. Estamos llamados a seguir avanzando con alegría «hacia aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo» (Oración colecta), dejando atrás lo que hemos sido —nuestra vieja condición de pecadores— para lanzarnos a lo que seremos: miembros de Cristo (Oración después de la comunión). Esta es nuestra meta y vocación a la que somos llamados: «cristificarnos», pero sabiendo que sólo es posible si contamos con Jesús: «Corro hacia la meta, hacia el premio, al cual me llama Dios desde arriba en Cristo Jesús» (Flp 3, 14).
 
Por Abel Fuentes Pintado