Continuamos comentando los párrafos más importantes del Documento Preparatorio del Sínodo de los obispos. Hoy, una parte más del párrafo 30.
El diálogo entre los cristianos de diversas confesiones, unidos por un solo bautismo, tiene un puesto particular en el camino sinodal. ¿Qué relaciones mantenemos con los hermanos y las hermanas de las otras confesiones cristianas? ¿A qué ámbitos se refieren? ¿Qué frutos hemos obtenido de este «caminar juntos»? ¿Cuáles son las dificultades?
Una Iglesia sinodal es una Iglesia participativa y corresponsable. ¿Cómo se identifican los objetivos que deben alcanzarse, el camino para lograrlos y los pasos que hay que dar? ¿Cómo se ejerce la autoridad dentro de nuestra Iglesia particular? ¿Cuáles son las modalidades de trabajo en equipo y de corresponsabilidad? ¿Cómo se promueven los ministerios laicales y la asunción de responsabilidad por parte de los fieles? ¿Cómo funcionan los organismos de sinodalidad a nivel de la Iglesia particular? ¿Son una experiencia fecunda?
Hoy vamos a comentar dos ámbitos más de los que se señalan en el Documento Preparatorio del Sínodo para la reflexión: se trata del diálogo con las otras Iglesias y comunidades cristianas, por una parte, y de nuestra participación en distintos equipos y grupos de la comunidad eclesial, por otra.
Ya sabemos que desde hace varias décadas, y especialmente desde el concilio Vaticano II, la Iglesia tiene muy presente la intención de la unidad con los cristianos de otras confesiones. En la Última Cena, Jesús pidió al Padre que todos sus discípulos fuéramos uno, pero a lo largo de la historia hemos vivido dolorosas divisiones. El Sínodo debe servir para fomentar el encuentro de los cristianos, para superar viejos reproches y para dejar que el Espíritu Santo impulse la restauración de la unidad de la Iglesia.
La reflexión sinodal, además, nos mueve a revisar nuestros modos concretos de participación en la Iglesia: la capacidad de llegar a acuerdos, la toma de decisiones, la corresponsabilidad de todos los cristianos… Sin la participación activa en la comunidad cristiana no podría vivirse la comunión eclesial y la misión evangelizadora.
La participación eclesial promueve dinámicas de encuentro y de trabajo en equipo. La realidad comunitaria de la Iglesia se concreta en pequeños equipos en los que esta condición comunitaria se hace más patente: en nuestros grupos cristianos se favorece el conocimiento personal y la ayuda mutua, nos ayudamos en la oración y la formación, nos sostenemos en el crecimiento en la fe. La parroquia suele configurarse como «comunidad de comunidades», y los distintos grupos (equipos de liturgia y catequesis, grupos de matrimonios, equipos de revisión de vida, voluntarios de Cáritas, hermandades, etc.) hacen más fácil vivir la dimensión comunitaria de la Iglesia, de una forma más personal.
El Sínodo no solo nos pide revisar nuestra participación en la comunidad cristiana, como si esta participación no se diera en realidad. Más bien se nos pide reconocer y agradecer las experiencias de comunidad, sinodalidad y encuentro que en verdad ya vivimos y disfrutamos. La cercanía de otros cristianos nos sostiene en nuestra propia fe.
Por Juan Serna Cruz