Continuamos comentando los párrafos más importantes del Documento Preparatorio del Sínodo de los obispos. Hoy, una parte más del párrafo 30.
El diálogo es un camino de perseverancia, que comprende también silencios y sufrimientos, pero que es capaz de recoger la experiencia de las personas y de los pueblos. ¿Cuáles son los lugares y las modalidades de diálogo dentro de nuestra Iglesia particular? ¿Cómo se afrontan las divergencias de visiones, los conflictos y las dificultades? ¿Cómo promovemos la colaboración con las diócesis vecinas, con y entre las comunidades religiosas presentes en el territorio, con y entre las asociaciones y movimientos laicales, etc.? ¿Qué experiencias de diálogo y de tarea compartida llevamos adelante con los creyentes de otras religiones y con los que no creen? ¿Cómo dialoga la Iglesia y cómo aprende de otras instancias de la sociedad: el mundo de la política, de la economía, de la cultura, de la sociedad civil, de los pobres...?
Sin duda, una de las experiencias que están resultando más ilusionantes en el itinerario sinodal es la escucha mutua. Escucharnos nos enriquece: personas a las que conocemos solo de encuentros momentáneos en la comunidad cristiana se convierten ahora, gracias al diálogo sinodal, en rostros que nos animan con su propio testimonio de fe.
Nos olvidamos de preparar lo que vamos a escuchar de los demás
El Sínodo nos pide ser una Iglesia que escucha. La experiencia de fe comienza por la escucha: abrir el corazón al mensaje del evangelio, conocer las acciones de Dios, acoger las experiencias que sostienen la fe de los demás, saber identificar lo que otros esperan o necesitan, lo que consideran importante, lo que buscan… La convicción que anima esta fase del Sínodo es que para escuchar la voz del Señor hay que comenzar escuchándonos en la Iglesia.
Cuando hablamos de diálogo, normalmente pensamos en preparar lo que cada uno puede aportar al encuentro con los demás, pero nos olvidamos de preparar lo que vamos a escuchar de los demás. Por eso, el documento preparatorio del Sínodo, en el párrafo que hoy estamos comentando, señala que la perseverancia y la paciencia, los silencios y los sufrimientos, también son elementos del diálogo.
La dinámica de diálogo comienza en el interior de la comunidad cristiana, y busca recopilar las experiencias de todos. Pero el diálogo es también la actitud de la Iglesia con toda la humanidad. Por eso, en el Sínodo se nos pide revisar nuestra colaboración y nuestro diálogo con quienes trabajan en el ámbito de la sociedad civil: la política, la economía, la cultura, la atención a los necesitados…
En la encíclica Ecclesiam suam, el papa san Pablo VI enseña que el diálogo es un modo de llevar a cabo la misión apostólica, «es un arte de comunicación espiritual». Sus notas son la claridad en la confianza, la prudencia pedagógica, y sobre todo la afabilidad: «El diálogo no es orgulloso, no es hiriente, no es ofensivo; su autoridad es intrínseca por la verdad que expone, por la caridad que difunde, por el ejemplo que propone» (ES 38). El diálogo enseña: «Este ejercicio de pensamiento y paciencia nos hará descubrir elementos de verdad aun en las opiniones ajenas, nos obligará a expresar con gran lealtad nuestra enseñanza y nos dará mérito por el trabajo de haberlo expuesto a las objeciones y a la lenta asimilación de los demás. Nos hará sabios, nos hará maestros» (ES 38).
Por Juan Serna Cruz