Bautismo y evangelización

Continuamos comentando los párrafos más importantes del Documento Preparatorio del Sínodo de los obispos. En este artículo, el párrafo décimo segundo.

Esto demuestra que «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente» (LG 9). Los miembros del Pueblo de Dios están unidos por el Bautismo y «aun cuando algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos doctores, dispensadores de los misterios y pastores para los demás, existe una auténtica igualdad entre todos en cuanto a la dignidad y a la acción común a todos los fieles en orden a la edificación del Cuerpo de Cristo» (LG 32). Por lo tanto, todos los Bautizados, al participar de la función sacerdotal, profética y real de Cristo, en el ejercicio de la multiforme y ordenada riqueza de sus carismas, de su vocación, de sus ministerios, son sujetos activos de evangelización, tanto singularmente como formando parte integral del Pueblo de Dios.

El Documento Preparatorio se remite como fundamento del Sínodo a las afirmaciones del concilio Vaticano II sobre la Iglesia, especialmente las recogidas en la constitución dogmática Lumen Gentium. En este documento, que trata del misterio de la Iglesia, se puso de relieve que la misión no recae exclusivamente en la responsabilidad de la jerarquía, sino que todos los cristianos participan de la misión de la Iglesia porque, por el bautismo, comparten la misión de Cristo.

Esta misión de Cristo se comprende a la luz de las tres grandes figuras del Antiguo Testamento: el profeta, el sacerdote y el rey. En la antigua alianza, el profeta hablaba en nombre de Dios, el sacerdote ofrecía a Dios los sacrificios del pueblo, y el rey representaba la autoridad de Dios sobre su pueblo. Los cristianos vieron estas tres figuras como un anuncio de lo que Cristo había realizado: Cristo es profeta, porque habla como Dios (¡Él mismo es la Palabra de Dios!); es sacerdote, porque se ofrece a su Padre y a nosotros juntamente con Él (¡la suya es la única ofrenda!); y es el rey que, desde el servicio, hace que todas las cosas respondan al amor de Dios. Los bautizados continuamos la misión de Cristo haciendo presente su Palabra, ofreciendo a Dios nuestra vida como un don por medio de la eucaristía, y sirviendo a su Reino de amor y gracia.

No lo hacemos individualmente, sino como miembros de un Pueblo. El bautismo nos constituye a todos miembros del Pueblo de Dios. Dentro de este Pueblo, los obispos en cuanto sucesores de los apóstoles han recibido la misión de enseñar, de santificar y de pastorear; pero eso no significa que ellos agoten la misión de la Iglesia. El número 12 de la constitución Lumen Gentium del Vaticano II insiste en que, por el bautismo, hay una igualdad entre todos los cristianos en la dignidad y la acción común de toda la Iglesia, aunque cada uno debe desempeñar su vocación propia.

El concilio Vaticano II entendió a la Iglesia como el Pueblo de Dios. Por eso, el Sínodo es una interpelación a que todos los cristianos redescubramos las implicaciones de nuestro bautismo, y a que vivamos nuestra misión en el conjunto del Pueblo de Dios.
 

Por Juan Serna Cruz