Ángel Ruiz-Moyano de la Torre escribe sobre la V Jornada Mundial de los Pobres que celebramos este domingo 14 de noviembre en toda la Iglesia.
Leer el mensaje del Papa Francisco para la V Jornada Mundial de los Pobres es un regalo que no deberíamos rechazar. Digo esto porque al leerlo redescubrimos una de las claves más importantes, a mi juicio, de la condición de cristianos: hacer nuestra la causa de las personas empobrecidas. El Papa dice que los «pobres de cualquier condición y de cualquier latitud nos evangelizan, porque nos permiten redescubrir […] los rasgos más genuinos del rostro del Padre. Vivir por y con los pobres nos acerca más a Dios.
Pero además, el Santo Padre da un paso más. Nos dice: «Los pobres no son personas externas a la comunidad, sino hermanos y hermanas con los cuales compartir el sufrimiento para aliviar su malestar y marginación, para devolverles la dignidad perdida y asegurarles la necesaria inclusión social». Con esta afirmación podemos aseverar que los pobres nunca debieron estar fuera de la comunidad; es decir, no son de otra galaxia, por el contrario, son de los nuestros, que por diferentes razones han llegado a vivir en unas condiciones impidiéndoles vivir dignamente.
La Iglesia debe poner a los pobres en el «centro del camino», implicándolos en sus propios procesos de inclusión
La invitación de esta
jornada, es convertirnos a la Buena Noticia y para ello debemos reconocer «las múltiples expresiones de la pobreza» que hay en nuestra sociedad, sobre todo después de las consecuencias de la pandemia y «manifestar el Reino de Dios mediante un estilo de vida coherente con la fe que profesamos», buscando el equilibrio entre lo que decimos y hacemos; es decir, no «acumular tesoros en la tierra» y dar limosna en la puerta de la parroquia.
Hasta aquí podemos hablar de una actitud personal, sin embargo sabemos que individualmente no podemos terminar con la pobreza en el mundo, por eso es necesario que las instituciones, incluidas las de Iglesia, sean capaces de generar «procesos de desarrollo en los que se valoren las capacidades de todos». Los pobres no son los responsables de su situación, en cambio, la sociedad y sus estructuras, especialmente las de los países más ricos, están generando pobreza.
Deberíamos caer en la cuenta de dos ideas. Por un lado, la Iglesia debe poner a los pobres en el «centro del camino», implicándolos en sus propios procesos de inclusión. Y por otro, «las ayudas inmediatas para satisfacer las necesidades de los pobres no deben impedirnos ser previsores a la hora de poner en práctica nuevos signos del amor y de la caridad cristiana como respuestas a las nuevas formas de pobreza que experimenta la humanidad de hoy».
Por Ángel Ruiz-Moyano de la Torre