El pastor que no abandonó a sus ovejas

Cada año, el 22 de agosto, recordamos el martirio del beato Narciso Estenega, obispo prior hasta el 22 de agosto de 1936. En ese día murió mártir en El Piélago, cerca de Peralvillo. Fue reconocido como beato en Roma, en una ceremonia junto a 498 mártires españoles del siglo XX el 28 de octubre de 2007. «El mensaje de los mártires es un mensaje de fe y de amor. Debemos examinarnos con valentía, y hacer propósitos concretos, para descubrir si esa fe y ese amor se manifiestan heroicamente en nuestra vida».

El 28 de abril del año 2006, en Roma, el papa Benedicto XVI hizo público el decreto que declaraba que el siervo de Dios Narciso de Estenaga y Echevarría, obispo de Ciudad Real, y diez compañeros fuesen reconoci­dos mártires por testimoniar con su muerte su mayor fidelidad a Cristo y a la Iglesia.
 
El beato Narciso de Estenaga y Echevarría, obispo, nace en Logro­ño el 29 de octubre de 1882, orde­nándose presbítero el año 1907. Fue deán de la Catedral de Toledo y experto en historia eclesiástica. El año 1922 fue nombrado obispo, con el título de Dora, y prior de las cuatro órdenes militares en la dió­cesis de Ciudad Real, donde actuó como pastor con suma dedicación, piedad y austeridad de vida hasta llegar al día de su martirio el día 22 de agosto de 1936, junto a su secre­tario, también sacerdote, el beato Julio Melgar Salgado. En actitud de serenidad, orando y perdonando a la vez, fueron martirizados en el lugar llamado El Piélago, siendo sus cadáveres abandonados junto a las aguas del río.
 
El obispo Narciso mostraba la virtud de su gran amor de pastor ha­cia todos sus fieles de aquella Iglesia diocesana de La Mancha. Sentía un gran dolor y preocupación ante la escasez de vocaciones sacerdotales, como en tantos sitios en aquel en­tonces y, sobre todo, por las circuns­tancias históricas que transcurrían. Oraba por sus sacerdotes, escuchaba sus preocupaciones y colaboraba de manera cercana con el rector y for­madores del Seminario de la diócesis de aquel entonces. El día 1 de mayo de 1936, con ocasión del día del Semi­nario se dirigió a toda la diócesis con estas palabras:
 
«¡Manchegos! A vosotros, amadísimos hijos, acudo tan confiado como anheloso di­ciéndoos: amad al Seminario que vuestros padres edificaron casi en nuestros tiempos, para la formación de los futuros sacerdotes de La Mancha.

Los santos sacerdotes salvarán al mundo con sus virtudes y apostolado. Y las vocaciones irán aumentando. Es uno de los preciosos frutos del dolor, premiado con estos consuelos. ¿Enten­déis ahora mi honda preocupación? No es solo obra de caridad, sino también de apostolado, el ayudar a estos jóve­nes que serán muy pronto, mañana ya, sacerdotes. Tantas misas celebradas por ellos. Tantas almas salvadas por sus ministerios. La regeneración de La Mancha, buscada desde ahora al selec­cionar en la abundancia de aspirantes.
¡Que lisonjero porvenir siguiendo este camino! ¡Manchegos! Dadme por amor a Dios una limosna para vosotros mismos. Dádmela para vuestro Semina­rio y sus seminaristas.
Os lo pide, suplicante, vuestro Prela­do, que afectuosamente os bendice».
 
Pidamos a nuestro obispo mártir Narciso por nuestra diócesis, nuestro obispo Gerardo, sacerdotes, religio­sos y laicos y como no, por nuestro Seminario, por el aumento de voca­ciones sacerdotales.

Jacinto Antonio Naharro
Delegado Diocesano para las causas de los santos