Luis Miguel Avilés Patiño es natural de Villafranca de los Caballeros, Toledo, aunque es sacerdote diocesano de Ciudad Real. Desde el año 2000 es misionero, una labor que comenzó en Tailandia y que ahora lleva a cabo en Cuba.
Luis Miguel, ¿nos explicas qué es un misionero sacerdote diocesano?
El sacerdote diocesano es un creyente en el que Dios Padre vive en él y se hace hijo con el Hijo, se hace «otro Cristo» en cuanto sacerdote. Hay una identificación que hace propios los valores, la tarea y el destino de Jesucristo; experimenta un sentido de fidelidad porque se siente amado y lleno de alegría y está destinado a amar y a vivir con alegría desde el Espíritu del amor. Esto hace fortalecer el ímpetu de comunicar este encuentro. Este amor tan envolvente quita miedos, se hace valiente y da libertad.
Después de toda tu trayectoria misionera, ¿qué peculiaridades tiene la misión en Cuba?
Son casi tres años los que llevo en la Diócesis de Cienfuegos, Cuba.Me queda aún mucho por entender y comprender. Ciertamente no es la Iglesia de la primera evangelización española. La Iglesia de hoy se ha ido tallando desde realidades eclesiales y sociales que surgieron tras el Vaticano II y casi al mismo tiempo la tensión traumática vivida con la revolución comunista de 1969. A estos marcos de realidad se podrían añadir santería, exilio, emigración y las nuevas realidades económicas tras la caída de la URSS y el hundimiento del petróleo de Venezuela.
Con la visita de los papas ha habido un resurgir esperanzador de la vida de fe y de las comunidades eclesiales, pero no se acaba de remontar la desesperanza en la que nos ha sumido la nueva constitución cubana, las directrices del último Congreso del Partido Comunista de Cuba y el COVID-19.
¿Cómo se ve desde Cuba, cómo se siente, el resto de la Iglesia?
La iglesia universal es vista como un gran bote salvavidas. Los misioneros extranjeros creo que aportamos frescura y sueños.
Tenemos una imagen romántica del misionero. Nos podrías hablar de los gozos , esperanzas o desilusiones de la misión.
La Misión tiene algo romántico, de aventura diríamos. Se trabaja desde el corazón, con las personas. Se busca que la persona se encuentre con Dios Padre, con Jesucristo y su Evangelio, con el ardor transformador del Espíritu. Esto se traduce en rejuvenecimiento, alegría y un amor intenso. Las desilusiones existen, y muchas, cuando la misión la aunamos a proyectos que generan intereses personales, agobios y soberbias humanas.
¿Qué pedirías a la Iglesia de Ciudad Real?
Soy parte de esta Iglesia y lo que pido es que continúe haciendo lo que hace, reconociéndome el trabajo, el acompañamiento personal a través de la Delegación de Misiones y la oración para no desfallecer en la alegría y el amor por el Reino.