Hoy, 1 de junio, celebramos en nuestra diócesis la memoria del beato Fernando de Ayala, presbítero y mártir. Natural de Ballesteros de Calatrava, fue martirizado en Japón en 1617. El párroco de Ballesteros de Calatrava, Vicente Ramírez de Arellano, nos acerca su figura.
Fernando de Ayala nació en Ballesteros de Calatrava, y fue bautizado el 1 de noviembre del año 1575. Adolescente, ingresó en la Orden de los Agustinos Ermitaños. Estudió la carrera eclesiástica en la Universidad de Alcalá de Henares.
Ordenado sacerdote, movido por su celo de extender el Evangelio, se embarcó para Méjico, y luego para Filipinas. Más tarde, llegó a Japón, donde fundó conventos de su orden, atendiendo a numerosas personas que pedían el bautismo y la educación católica.
Hasta la fecha de 1612 pudo trabajar con relativa libertad en Nagasaki. Después comenzaron las dificultades. Surgida la persecución contra los católicos, no dudó en predicar valientemente el Evangelio de Cristo.
En la aurora del día 1 de junio del año 1617, los cristianos prisioneros, entre ellos, Fernando de Ayala, desembarcaban en la isla de Tacaxima. Fernando tenía 41 años y 7 meses de edad. Fue decapitado a machetazos en Omura.
«Fernando de Ayala pidió al verdugo la catana con la que iba a ser decapitado, la besó y la puso sobre su cabeza, y tomando en una mano el crucifijo y en la otra un rosario y una vela encendida, dijo en voz alta: “Nosotros venimos de tierras lejanas dejando padres y parientes, no hemos venido a buscar riquezas y quitar reinos, sino a daros el del cielo, con enseñaros el camino real para ganarlo; que entendáis que no nos falta el juicio por habernos ofrecido voluntariamente a la muerte, pues estimamos la vida”. Después pidió al verdugo que le permitiera orar en unos momentos de silencio y, hecha la señal, un terrible tajo hizo rodar por el suelo la cabeza de Fernando de Ayala, separada de los hombros, y se le abrieron las puertas de la gloria».
Fernando de Ayala pidió al verdugo la catana con la que iba a ser decapitado, la besó y la puso sobre su cabeza
Consumado el sacrificio, un sepulcral silencio se apoderó de los presentes.
El papa Pio IX lo declaró beato, junto con otros 204 mártires del Japón, el día 7 de mayo de 1867.
Nosotros, hoy, hacemos memoria de la fe que Fernando tenía en Dios. También queremos arriesgar más por Dios para ayudar a los demás practicando día a día la fe. Dios nos ha llamado a que le digamos: «Señor, aquí me tienes, ¿qué quieres de mí y qué quieres que yo haga en mi vida? Guíame».
No hace falta hacer mucho ruido. Guardemos unos momentos de silencio para escuchar lo que Dios quiere de cada uno de nosotros.
Por Vicente Ramírez de Arellano Rabadán