Cuando una pintura artística va a ser restaurada, se intenta conocer con la mayor precisión posible todo lo que tenga que ver con ella, su autor, los materiales que fueron utilizados, la intención del artista, etc. A su vez es sometida a distintas pruebas, como las radiografías, o la luz rasante, que nos informan sobre el proceso de creación del cuadro, mostrándonos cosas que a simple vista no vemos.
Es habitual que cuando un artista da una mala pincelada, o comete un error, intente tapar esto sobreponiendo otras pinceladas que lo disimulen. El error sigue ahí, aunque no lo vemos.
Esto ocurre así en la mayoría de las artes (pintura, escultura...), los errores solo pueden corregirse tapándolos o disimulandolos. Pero hay un arte en el que un error supone una nueva oportunidad. El profeta Jeremías entró en la casa del alfarero, el artesano estaba haciendo una vasija que se rompió en sus manos, y éste, comenzó a hacerla de nuevo. No disimula la ruptura, sino que da una nueva oportunidad al barro de convertirse en una obra de arte.
El perdón de Dios se parece más a los procesos que se llevan a cabo en la alfarería, que a los que se llevan a cabo en otras técnicas artísticas.
Cuando Dios nos perdona no está mirando hacia otro lado para no ver nuestro pecado, ni tapándolo, ni disimulandolo de algún modo. No, cuando Dios nos perdona esta renovandonos, purificándonos y d á n d o n o s una nueva oportunidad. Es más, de algún modo, está aprovechando la herida, la ruptura que nuestro pecado ha ocasionado, para hacer de nosotros una obra aún más hermosa.
Ante este modo de amar y perdonar de Dios, ante este modo de trabajar nuestro barro, ante este modo de ofrecernos nuevas oportunidades, merece la pena reconocer nuestro pecado y ponernos en sus manos.
Publicado originalmente en Con Vosotros, por Rubén Villalta Martín de la Leona