Vicente Díaz-Pintado Moraleda es el delegado de Vida Consagrada en nuestra diócesis. Nos habla sobre la jornada Pro Orantibus que celebramos este domingo de la Santísima Trinidad.
Todos sabemos que la movilización de la Iglesia en España ante la COVID-19 no se puede resumir en tres líneas. Aunque para muchos —y por muchos intereses— se ha querido solapar o desconsiderar esta labor, la Iglesia ha aportado medios materiales, humanos y espirituales, de apoyo y acompañamiento en tantos momentos trágicos que muchas personas han sufrido. Pero hay una cosa que no se puede cuantificar y sin embargo ha enriquecido a muchas personas, y esto es la oración. La Iglesia ha aportado mucha oración, y en especial nuestras monjas de clausura, que han estado desde el silencio claustral orando anónima y constantemente cada día.
La oración, que a los ojos de este mundo no aporta ninguna solución material e inmediata a esta crisis sanitaria y lo que conlleva detrás, ha sido, sin embargo, el arma con que nuestras monjas contemplativas han combatido cada día esta batalla que aún estamos librando. Ciertamente es cuestión de fe.
En el recogimiento de la celda, en la soledad del claustro, desde la oración hecha plegaria litúrgica y canto, los monasterios de clausura han sido también «otros hospitales de campaña» desde donde, día y noche, han elevado a Dios peticiones por todos (enfermos, familiares, personal sanitario, de seguridad…) y donde han recibido tantas peticiones de muchas personas pidiendo esa oración en la angustia, un consuelo en el dolor, fortaleza en la debilidad o, finalmente, una oración por el alma de aquellos que se fueron sin apenas poder despedirnos de ellos, helando la memoria y dejando vacío el corazón.
Este año, como tantos otros, debemos mirar este día de la Santísima Trinidad al corazón de la Iglesia donde nace la actitud contemplativa ante el misterio, porque ahí reside la razón de nuestro ser y quehacer. Y en esto, los contemplativos, son faro y guía.
Demos gracias y recemos por ellas, que ellas ya rezan todos los días por nosotros, por la Iglesia, por el mundo. Acerquémonos a nuestros monasterios con actitud de agradecimiento. Ayudémoslas no sólo en lo económico de su trabajo, que también, sino sobre todo en la estima y reconocimiento de estas vidas «escondidas, con Cristo, en Dios».
Vicente Díaz-Pintado Moraleda, delegado de Vida Consagrada en la Diócesis de Ciudad Real
[Este artículo se publicó en Con Vosotros de 30 de mayo de 2021]