Manuel Pérez Tendero tiene 55 años y es natural de Urda, en Toledo. Ingresó en nuestro Seminario en 1982 y se ordenó sacerdote 10 años después. Licenciado en Sagrada Escritura por el Pontificio Instituto Bíblico, ha sido formador en el Seminario, párroco, delegado de Pastoral Vocacional y, desde 2017, rector de nuestro Seminario Diocesano. Hablamos con él sobre la vocación y sobre nuestro Seminario.
Cada vez que entrevistamos a un seminarista le preguntamos sobre su vocación, vamos a hacer lo mismo con el rector del Seminario…
Como Jeremías, distinguiría entre mi conciencia de la vocación y la llamada de Dios.
1. Mi conciencia ha sido un proceso que podría resumir en tres momentos:
- Ilusión en la infancia por ser misionero.
- En la adolescencia, a los 16 años, conciencia de llamada, especialmente en la oración.
- En la juventud, ya en el Seminario: conversión en la vocación, experimentando que es una realidad que viene de Dios, que no se «tiene», sino que es un camino de amistad progresiva con quien ha salido a tu encuentro.
2. En cuanto a la llamada, creo que ha estado ahí desde antes del seno materno. Hay datos en mi historia que me hacen pensar que existo por pura gracia y que he seguido viviendo por puro milagro. Cada día estoy más convencido de que Dios cuida cada vida de forma personal y única.
En tu vida sacerdotal has seguido siempre desde muy cerca la formación al sacerdocio, ¿qué ha cambiado desde que entraste al Seminario? ¿Y en los vocacionados?
Han cambiado muchas cosas: la sociedad, el tipo de religiosidad, la familia, la Iglesia, la política, el número de creyentes y seminaristas, las redes sociales…
Hay cosas que han cambiado para bien; por ejemplo, una mayor religiosidad de los candidatos.
Creo que la formación es un reflejo de la vida social y la fe eclesial que hoy vivimos. La realidad de hoy está muy marcada por una religiosidad más individual y minoritaria; por ello, creo yo, más necesitada de seguridades y con más dificultades para la hondura y la comunión.
Antes, dando por supuesta la fe, se insistía en los medios para el compromiso, en los métodos de la evangelización. Hoy, creo que se ha hecho evidente que es necesario reconstruir el tejido profundo de la fe: sería un grave atentado formativo centrarse solo en el aprendizaje de los métodos para la pastoral o en las prácticas de piedad.
Es necesario formar en la verdad de nuestra piedad, la verdad de lo que predicamos, la verdad de nuestra entrega a los demás; frente a la superficialidad y el narcisismo.
La vocación no es algo que termine con un sí en la catedral, como tampoco es algo que empiece con la ordenación. Se va gestando, modelando, progresa, cambia…
Creo que el día de la ordenación comienza todo, como en el matrimonio. Lo anterior es ensayo, preparación, símbolo. El Nuevo Testamento lo aplica a Jesús: el culto antiguo era un símbolo, el verdadero culto comienza con la pascua de Jesús.
La formación en la familia, en las parroquias y en el Seminario es fundamental, pero como inicio, como preparación, como aperitivo. El ejercicio del ministerio nos construye.
Hay cosas que han cambiado para bien; por ejemplo, una mayor religiosidad de los candidatos
Debería ser impensable, por ello, un presbiterio que no reza cada día más, que no estudia con pasión los misterios de la fe, que no busca cada día cómo llegar a los últimos para llegar a todos.
Debería ser impensable una comunidad cristiana que vive «de rentas», que no sigue creciendo y, por ello, exigiendo preparación y entrega en sus sacerdotes.
En la última entrevista explicabas que la pastoral vocacional tiene que tener como destinatarios también a los mismos sacerdotes.
Creo que el día de la vocación del sacerdote es el día de su ordenación. Al menos, así lo viví yo.
Hasta que no te casas no eres marido, hasta que no te bautizas no eres cristiano… Las respuestas anteriores a la vocación son un ensayo de respuesta definitiva.
La vocación es una relación con Jesús de Nazaret. Esa relación adquiere varias formas, como la del sacerdote. Tras la ordenación, por tanto, somos apóstoles con Jesús: ahí se debe vivir y alimentar la vocación.
El «analogado principal» de la vocación sacerdotal, creo yo, no es un seminarista, ni un joven: es un sacerdote; él debería ser el testigo privilegiado de una vida vocacionada.
¿Cómo sería hoy la pastoral diocesana si no se hubieran marchado tantos como nos han dejado?
Está, además, la cuestión práctica; hacemos esfuerzos por suscitar vocaciones en los que aún no han llegado: ¿no deberíamos también hacerlos para alimentar la vocación de los que ya están? De hecho, el problema vocacional no está solo en que hay jóvenes que no entran, sino en que hay seminaristas y, sobre todo, sacerdotes que se marchan.
¿Cómo sería hoy la pastoral diocesana si no se hubieran marchado tantos como nos han dejado? Ciertamente, no habría crisis de atención pastoral en nuestras parroquias.
En 1980 había en España 1583 seminaristas mayores, en este curso hay 1066. ¿Es tanta la bajada?
Creo que la bajada es evidente, aunque no es de ahora: viene de lejos. Los números importan, mucho, pero si hacemos discernimiento.
¿Cómo leer estos números desde la Iglesia y la sociedad, desde las causas y los frutos? ¿Qué debemos hacer desde la pastoral general, la juvenil, la familiar, la vocacional…? ¿Cómo debemos leer estos números desde Dios? ¿Estamos haciendo este discernimiento? Tal vez, sea una cuestión que nos desborda.
Cada Día del Seminario hablamos de números, pero nadie recuerda el número de sacerdotes que conoció, recuerda sus nombres…
Eso es: es importante el número, la cantidad, y también la calidad; pero, por encima de todo, importan los nombres, cada persona, cada rostro con su historia. Toda vocación es un milagro único de Dios: deberíamos, ante todo, agradecerla.
Este Seminario educa sacerdotes para la Iglesia, pero en concreto la que peregrina aquí, en nuestra Diócesis de Ciudad Real…
Este es, quizá, uno de los cambios de los que hablábamos antes: creo que se ha perdido un poco la perspectiva diocesana, se ha olvidado la hondura que el Concilio recuperó en la comprensión de la Iglesia y del sacerdocio.
Un poco «contra corriente», los formadores de este Seminario y los profesores intentamos educar en esta comprensión y vivencia del sacerdocio como realidad apostólica, diocesana. Se trata de construir una espiritualidad que brota del sacramento del orden y se alimenta con su ejercicio, no solo con la lectura y las prácticas de ciertas tradiciones espirituales.
Por último, tal y como hemos preguntado en anteriores entrevistas a los seminaristas, quizá te esté leyendo algún joven, alguien que quizá no se ha preguntado nunca por la vocación, ¿qué le dirías?
No te preguntes por la vocación: busca el rostro de Jesucristo y ábrete del todo a su palabra, sé plenamente libre. La vocación «se os dará por añadidura».