Alegría. Ese es el resumen de sor Marta. Tanto que cualquier otra descripción habría que supeditarla a su constante sonrisa, la de alguien que ha encontrado su sitio en la vida, el sitio del Señor. Con 24 años, sor Marta es juniora en el monasterio de benedictinas de Santa Cruz en Sahagún (León), donde ingresó al terminar segundo de Bachillerato.
«Este es mi sitio», hace una pausa y sonríe. Así explica sor Marta su vocación.
— ¿En qué te diferencias de otra chica de tu edad?
— En lo más radical, mi vida es muy parecida, porque estamos aquí para buscar a Dios. Otra chica de mi edad puede estar en la misma tensión, buscando la santidad. No dejo de ser una chica de 24 años.
Marta dice estas frases con la naturalidad de la juventud, pero con la seguridad de quien se conoce a sí mismo y de quien lleva camino recorrido.
Cuando cursaba 4.º de ESO, fue de vacaciones con su familia a Navarra y visitaron el monasterio de los benedictinos en Leyre. Su madre, Teresa, recuerda aquel momento: «Vamos a Leyre y me dice Marta que se va a comprar un libro de recuerdo. Con lo poco que les gusta a los críos visitar monasterios. Me dice que se va a comprar la Regla de San Benito». Entonces su madre no sospechó nada. Sor Marta también recuerda con detalle aquel momento: «En los mismos alrededores me daba una paz, como que era mi sitio. Como que estaba buscando algo durante mucho tiempo y de repente lo encontrase. No sabía en ese momento a qué obedecía, pero sí sabía que tenía que ser lo mío. Entramos en la iglesia después de ver la zona, y me llamó la atención un librito, el de la Regla de San Benito, me sonaba de haberlo visto en Religión. Empecé a leérmelo por el día, por la noche, en el coche, en todos sitios. Me llamaba la atención y me empecé a plantear la vocación».
«Llega un momento en el que te la tienes que jugar»
Entonces comenzó la toma de decisión, poco a poco, dejándose acompañar. Marta iba al centro juvenil de los salesianos, allí le ofrecieron dirección espiritual, y pasó el tiempo, cada vez más decidida. «Empezó a ser ella realmente cuando se fue al monasterio. Nos conocemos de toda la vida, y es verdad que ella siempre había sido muy introvertida. Pero cuando ella empezó a mostrarse como es, libre, como es ella, fue a raíz de plantearse su vocación. Era una chica que vivía en esa búsqueda», explica Borja Moreno, seminarista y amigo desde la infancia.
Del mismo modo se refiere a ella su madre: «Era una niña tímida, callada. Cuando Marta nos dijo que se iba al monasterio, de verla reírse, cantar, hablar sin miedo, esta no era la Marta que estaba en mi casa».
Sus padres la apoyaron en su decisión, aunque no siempre fue fácil para ellos. «Cuando me comentó lo de la vocación me sentó muy mal. Ella, el verano de Leyre empezaba segundo de Bachillerato, yo tenía un día complicado, tenía muchas cosas en casa y me dice Marta que tiene vocación, así como si me dice dame un vaso de agua», recuerda su madre, que habla de la vocación de su hija con la seguridad de quien sabe que viene de Dios.
«Empezó a ser ella realmente cuando se fue al monasterio»
Y lo sabe por experiencia. Marta es su primera hija, que tardó tres años en llegar. Mientras, Teresa pedía a Dios vivir la maternidad. «Yo le decía a Dios: Déjame ser madre, déjame experimentar ese cariño, aunque luego sea para ti». Y fue para Él.
Google y la elección del monasterio
Cuando Marta buscaba un lugar en el que vivir su vocación no conocía ningún monasterio de monjas benedictinas. Tiene ahora 24 años, así es que Google ya existía cuando nació. ¿Y dónde busca una chica de su edad un sitio? En Google. Tecleó y apareció Sahagún, le escribió a la madre abadesa y la llenó de preguntas sobre la Regla de San Benito. «Al hacer esa búsqueda yo pensaba en la providencia. Después de todo, es el Espíritu Santo. Por si acaso envié el mismo correo a la abadesa del segundo monasterio que apareció», aunque tuvo claro desde el principio que su sitio sería Sahagún, donde, tal y como explica, dio un salto al vacío: «Vas cogiendo información, parece que el Señor te llama, parece que sí, pero llega un momento en el que no puedes tener más cosas claras. Llega un momento en el que te la tienes que jugar».
La vida contemplativa
Allí vive ahora feliz, mientras estudia Ciencias Religiosas, habla en un canal de Youtube con miles de seguidores y ama el silencio, que es «para escuchar otra voz».
— No se lleva el silencio.
— El silencio es para encontrar la paz. Con tanto bombardeo de estímulos no nos damos cuenta de nada. Además, es adictivo. Todo el mundo tiene experiencia de dedicarle más tiempo a las redes sociales de lo que quería. Con el silencio te encuentras contigo mismo y con Dios, para escuchar lo que el mundo tiene que decirnos, ya no solo por dentro, sino también para pararnos, como quien contempla la naturaleza en silencio.
— Hay gente que no entiende la vida contemplativa.
— Somos el pulmón orante de la Iglesia. Nos dedicamos a rezar especialmente por los que no rezan, por los que no pueden, por los que no tienen fuerza. Esa es nuestra gran donación, por eso entregamos nuestra vida cada día, por gente que no conocemos.
Sor Marta explica su oración sonriendo, con humor, diciendo que, a veces, es difícil rezar por quien no se conoce. Se hace preguntas sobre aquellos por los que reza, preguntas que demuestran que, además, los ama: ¿Cómo les irá? Rezo por ellos, pero no sé quiénes son. ¿Les irá bien?
Cautivada por la alegría
Para terminar, le preguntamos sobre cómo se vive la Cuaresma en el monasterio. Como no puede ser de otro modo con sor Marta, vuelve a hablar de la alegría: «Ahora en Cuaresma hay más silencio todavía, el ayuno, pero sobre todo la conversión, el programa de Cuaresma que cada una tiene. Dice san Benito que hay que “esperar la Pascua con anhelo espiritual”. San Benito en el capítulo de la Cuaresma invita a la alegría, a mejorar ciertos puntos, más ayuno, más oración, quitar descanso si hace falta, que cada uno mire lo que tiene que cambiar, pero sobre todo con alegría y con el gozo de encontrarse con esa cumbre de la Pascua».
— ¿Le quieres decir algo a la diócesis de Ciudad Real?
— Que nos abramos al Señor, que nos acerquemos a Él, que Él es quien nos puede dar la felicidad.
Y así concluye, volviendo a sonreír.