Francisco José García-Casarrubios Poveda tiene 31 años, es natural de Campo de Criptana y entró en nuestro Seminario de Ciudad Real en 2013 tras cursar en la universidad Filología Hispánica. Desde entonces, y tras siete años de formación, ultima su preparación este curso en Tomelloso junto al sacerdote de la parroquia de Ntra. Sra. de los Ángeles. Nos habla de su vocación afirmando que, aunque pensó en no seguir la llamada al sacerdocio, el Señor le siguió esperando por ese camino.
Francisco José, de la filología al sacerdocio, ¿cómo surgió tu vocación?
Con el paso de los años, y tras el tiempo de oración y formación vivido en el Seminario, pude ver cómo el Señor me llamó desde muy joven a que lo siguiera de una manera especial, a que lo siguiera de un modo muy concreto a través del sacerdocio. Pero esta certeza que hoy tengo no siempre fue tal. Cuando los sacerdotes de mi parroquia me plantearon de una manera seria en la adolescencia la vocación sacerdotal y me invitaron a visitar el Seminario, yo nunca quise dar el paso e ir. Y así llegó el momento de marchar a estudiar a la universidad, pensando que la inquietud vocacional se iría al dedicarme a estudiar algo que me apasiona. Pero no fue así, y estando en los últimos años de carrera, gracias al testimonio y ayuda de dos sacerdotes amigos, reapareció en mí vida de una manera clara y definitiva la llamada del Señor a entregarle mi vida a través del sacerdocio. Al finalizar los estudios ingresé en el Seminario para afrontar seriamente la vocación a la que Dios me estaba llamando y en la que me estaba esperando desde hacía ya mucho tiempo.
Tras siete años en el Seminario, ¿qué destacarías que te ha ayudado más a continuar con tu camino vocacional?
Lo que más destaco, además de la oración, del estudio y de la convivencia tan cercana con los compañeros, es el acompañamiento de los formadores y sacerdotes que allí se encuentran dedicados por completo a nosotros. En los momentos buenos y en los malos (siete años dan para mucho) ellos siempre han estado atentos y disponibles a todo lo que necesitase, haciéndome presente a Dios y abriéndome los ojos para verlo aun en los momentos más oscuros. Y esta dedicación casi exclusiva hacia nosotros es todo un regalo.
En Campo de Criptana participabas en las actividades parroquiales y estabas en hermandades, ¿cómo te ha ayudado esta experiencia en tu vocación, en tu religiosidad, en tu oración?
Desde antes de recibir el sacramento de la confirmación ya era catequista en Campo de Criptana, tarea que mantuve hasta que me marché al Seminario. Desde mis primeros años de juventud participaba ya en casi todas las actividades que se organizaban desde la parroquia, destacando los campamentos parroquiales por todo lo que me han configurado como joven cristiano. Y, además de todo esto, siempre he estado muy vinculado a las hermandades. Con ellas he aprendido y me he mantenido cerca del Señor siempre, ayudándome estas también a ir descubriendo poco a poco cuál era la vocación a la que Dios me llamaba. Él, por medio de este cauce que tanto me gusta, se supo hacer presente y me mostró de igual modo el camino que tenía pensado para mí. A la Cofradía de la Veracruz y a la del Stmo. Sacramento, junto a la del Descendimiento de Ciudad Real, les debo el haberme ayudado siempre en mi discernimiento y oración, una experiencia que comparto con otros compañeros.
¿Cómo es tu labor ahora en Tomelloso? ¿Qué destacas más de este tiempo?
Desde septiembre estoy en Tomelloso realizando mi año de pastoral. Aquí estoy aprendiendo sobre el terreno cómo se trabaja en una parroquia, cómo se coordinan todos sus grupos, cómo se organizan las catequesis y las demás actividades, cómo se convive estrechamente con otros sacerdotes, cómo organizar ya fuera del Seminario tu vida de oración… en definitiva, cómo ser sacerdote en medio de una comunidad.
Lo que más destaco de estos meses es la cercanía y el acompañamiento de Antonio, el sacerdote con el que me han mandado, y la necesidad que los hombres tienen de Dios plasmada en el hospital, en Cáritas y en la vida diaria de la parroquia.
Puede que te esté leyendo alguien que ni se haya planteado que «la vida es vocación». ¿Qué le dirías?
Le animaría a que intente descubrir la vocación a la que Dios le llama. Y si algo hay claro es que Dios nos llama a todos, que la vocación no es cosa de curas y monjas. Dios tiene para cada uno de nosotros un proyecto con el que nos realizamos plenamente y nos unimos a Él. Nuestra tarea es la de no cerrarnos en nosotros mismos y abrir nuestra vida para que, de una manera valiente y seria, afrontemos la vocación a la que se nos llama. Y esta no tenemos que verla como una carga que llevar encima, sino como un auténtico regalo que nos hace realmente felices.