En marzo, con el estado de alarma, se presentó un problema más para Cáritas: el centro Siloé, en el que varias personas siguen un proceso contra la drogodependencia, está en medio de Ciudad Real, en un piso, sin espacios abiertos. Esto suponía una dificultad añadida que podía quebrar la convivencia y la recuperación. El mismo día que comenzaba el primer estado de alarma, el 14 de marzo, los ocho usuarios se trasladaron a la Huerta de Carmela, con espacios abiertos donde continuar con su recuperación.
Quien escribe esta reflexión, que se publicó en el Seminario Con Vosotros, es César, una de las personas que pasó el confinamiento en Huerta de Carmela, agradecido por todo el trabajo de voluntarios y trabajadores. En la Jornada Mundial por los Pobres nos «tienden la mano» para explicarnos lo que sienten.
Hay que ser un auténtico sabio para no dejarse vencer por la parte material de la vida, para conservar en todo momento un estado de ánimo tranquilo y satisfecho.
No sé si acabé aquí en Siloé por suerte, dicha o fortuna, o porque existe algo pero, este centro, que es el único que conozco, es diferente de los demás, es como si estuviésemos en familia, no te juzgan ni reprochan nada de tu pasado, solo intentan aconsejarte y enseñarte.
Es bueno volverse hacia adentro para descubrirnos la infinita profundidad de nuestro interior, la clave de la felicidad es como encontrar nuestra paz interior. Miramos demasiado al exterior y demasiado poco al espíritu. En la vida de todas las personas son casi inevitables la imperfección y la insatisfacción, puede que no seamos capaces de cambiar esa realidad, pero lo que sí podemos cambiar es la forma de mirarla y de lidiar con ella, porque aquí los trabajadores, como los voluntarios, siempre tratan de dejar sus problemas en casa y venir felices, con sentido del humor y optimismo, para cumplir con su labor encomiable, para contagiarnos fuerza de voluntad, valor del verdadero, sabiduría y plenitud.
Es bueno volverse hacia adentro para descubrirnos la infinita profundidad de nuestro interior, la clave de la felicidad es como encontrar nuestra paz interior.
La alegría profunda puede convertir lo cotidiano en algo nuevo y refrescante. Aquí se puede aprender a crecer y cambiar, ya que nunca es tarde, sé que la existencia es una interminable carrera de obstáculos de superación, malos tragos; la felicidad es, en realidad, una mera ilusión, pero aquí me siento dichoso, eufórico, feliz, con ganas de luchar y todo ello porque me lo contagian los trabajadores, con su humanidad, respeto, cariño, solidaridad y su voluntad.
La empatía es máxima, no entre las personas diferentes, sino entre las que más se asemejan y tienen cosas en común. Desde hace unos años vengo observando que la empatía se aprende y se contagia, pero sobre todo nace y se suscita entre iguales y entre semejantes (los pájaros del mismo plumaje vuelan juntos); sin embargo, aquí los trabajadores y voluntarios no tienen nada en común con nosotros, pero con su tenacidad, carácter afable, vocación y cariño, hacen y logran que los quiera y empatice con ellos.
No sé si acabé aquí en Siloé por suerte, dicha o fortuna, o porque existe algo pero, este centro, que es el único que conozco, es diferente de los demás
Estoy eternamente satisfecho y agradecido por haber podido conocer y convivir con personas que tienen la vocación tan clara de ayudar al prójimo sin condiciones ni esperar nada a cambio, altruistamente, y que están siempre cuando te hacen falta. Su labor no está pagada con nada del mundo y doy gracias a Dios por haberme permitido pasar una parte de mi vida en Siloé. Hoy en día, con la pandemia, se están arriesgando a contagiarse y aun así no nos dan de lado, al contrario, nos han buscado una parcela cedida por una mujer con un grandísimo corazón, llamada Carmela, para que tengamos más espacio, se desviven por nosotros. Más no pueden hacer, quien siembra paciencia, cosecha paz.
Con todo mi agradecimiento, este que os quiere y siempre os llevará en su corazón.
César
Esta reflexión se publicó en el
semanario Con Vosotros