En la carta que el papa Francisco dirige a todos los obispos del mundo, va desgranando el reciente magisterio papal sobre el tema. Cita, a san Juan Pablo II en Evangelium vitae y a Benedicto XVI en la exhortación postsinodal Africae munus donde llamaba «la atención de los responsables de la sociedad sobre la necesidad de hacer todo lo posible para llegar a la eliminación de la pena capital».
El papa Francisco pidió que se reformulara lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica en torno a la pena de muerte «en la conciencia cada vez más clara en la Iglesia del respeto que se debe a toda vida humana» en el Discurso que pronunció con motivo del vigésimo quinto aniversario de la publicación de la constitución apostólica Fidei depositum, con la que el papa san Juan Pablo II promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica en el año 1991.
Fundamentalmente, lo que el Papa ha puesto de manifiesto es cómo sus predecesores ya habían situado en primer lugar la dignidad de la persona humana, también la de aquellos que cometen delitos, por muy grandes que estos puedan llegar a ser. Además, es que la situación ha cambiado. Anteriormente, la pena de muerte podía considerarse como instrumento extremo porque «la situación política y social del pasado hacía de la pena de la muerte un instrumento aceptable para la tutela del bien común». Pero, por otra parte «hoy es cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera luego de haber cometido crimines muy graves».
Así queda la redacción reformulada del número 2267:
Pena de muerte
2267. Durante mucho tiempo el recurso a la pena de muerte por parte de la autoridad legítima, después de un debido proceso, fue considerado una respuesta apropiada a la gravedad de algunos delitos y un medio admisible, aunque extremo, para la tutela del bien común.
Hoy está cada vez más viva la conciencia de que la dignidad de la persona no se pierde ni siquiera después de haber cometido crímenes muy graves. Además, se ha extendido una nueva comprensión acerca del sentido de las sanciones penales por parte del Estado. En fin, se han implementado sistemas de detención más eficaces, que garantizan la necesaria defensa de los ciudadanos, pero que, al mismo tiempo, no le quitan al reo la posibilidad de redimirse definitivamente.
Por tanto la Iglesia enseña, a la luz del Evangelio, que «la pena de muerte es inadmisible, porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona»[1], y se compromete con determinación a su abolición en todo el mundo.
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[1] Francisco, Discurso del Santo Padre Francisco con motivo del XXV Aniversario del Catecismo de la Iglesia Católica, 11 de octubre de 2017: L’Osservatore Romano, 13 de octubre de 2017, 5.