El término «óbolo» procede del latín. Era una moneda de los antiguos griegos y para la Iglesia designa la contribución económica de los fieles católicos de todo el mundo para el sostenimiento de la Santa Sede.
El criterio general que inspira la práctica del Óbolo se remonta a la Iglesia primitiva. Con el cristianismo nace la práctica de ayudar materialmente a quienes tienen la misión de anunciar el Evangelio, para que puedan entregarse enteramente a su ministerio, atendiendo también a los menesterosos (cf. Hch 4,34; 11,29).
Fueron los anglosajones quienes iniciaron este gesto. Tras su conversión, a finales del siglo VIII, se sintieron tan unidos al Obispo de Roma que decidieron enviar de manera estable una contribución anual al Santo Padre. Así nació el Denarius Sancti Petri (Limosna a San Pedro), que pronto se difundió por los países europeos. Esta costumbre ha pasado por muchas y diversas vicisitudes a lo largo de los siglos, hasta que fue regulada de manera orgánica por el Papa Pío IX en 1871.
Los últimos papas han señalado el significado de este gesto. Así, Juan Pablo II dijo: «el Óbolo constituye una verdadera participación en la acción evangelizadora, especialmente si se consideran el sentido y la importancia de compartir concretamente la solicitud de la Iglesia universal» Y Benedicto XVI: «es la expresión más típica de la participación de todos los fieles en las iniciativas del Obispo de Roma en beneficio de la Iglesia universal. Es un gesto que no solo tiene valor práctico, sino también una gran fuerza simbólica, como signo de comunión con el Papa y de solicitud por las necesidades de los hermanos; y un valor muy eclesial».
Los donativos de los fieles al Santo Padre se emplean en obras misioneras, iniciativas humanitarias y de promoción social, así como también en sostener las actividades de la Santa Sede. El Papa, como Pastor de toda la Iglesia, se preocupa también de las necesidades materiales de diócesis pobres, institutos religiosos y fieles en dificultad (pobres, niños, ancianos, marginados, víctimas de guerra y desastres naturales; ayudas particulares a obispos o diócesis necesitadas, para la educación católica, a prófugos y emigrantes, etc.).
Esta colecta se realiza actualmente en todo el mundo católico, en la «Jornada mundial de la caridad del Papa», el 29 de junio o el domingo más próximo a la solemnidad de San Pedro y San Pablo.
Por Lorenzo Navarro García-Retamero