El pasado 28 de marzo se celebró en la Catedral la Misa Crismal. Presidida por el obispo, antes de la eucaristía tuvo lugar una celebración penitencial para los sacerdotes en la cercana parroquia de Santa María del Prado (La Merced).
Monseñor Gerardo Melgar, en sus palabras en la celebración del perdón, habló sobre la necesidad del sacramento para todos los cristianos, para llevarnos a un «encuentro con el Dios misericordioso, que nos espera para darnos la gracia de su perdón».
Tras las confesiones, los sacerdotes se trasladaron a la Catedral, donde se celebró la Misa Crismal, una eucaristía que se celebraría en la mañana del Jueves Santo, pero que se traslada al miércoles buscando una mayor participación. En esta misa el obispo consagró el Santo Crisma y bendijo el óleo de los catecúmenos y el de los enfermos. Además, todos los sacerdotes renovaron sus promesas sacerdotales.
En la homilía, monseñor Melgar explicó cómo la Misa Crismal es «una de las expresiones más importantes y elocuentes de la comunión de los presbíteros entre sí y con el obispo», debido a la renovación de las promesas para «purificar el lastre, el barro de la vida que haya ido pegándose a vuestros pies a través del tiempo». Por eso, explicó, la renovación de las promesas es un momento especial para «testificar ante el mundo actual la alegría de ser sacerdotes».
El obispo aprovechó la bendición de los óleos y la consagración del Crisma para hablar del sacerdocio. De este modo, sobre el óleo de los catecúmenos, dijo que «debe marcarnos con el don de la fortaleza, la resistencia, la fortaleza del Espíritu que habita en nosotros y se trasluce en nuestra vida.
Respecto al óleo de los enfermos, animó a los presbíteros a ser «bálsamo en la vida doliente de tantas personas.
En cuanto al Santo Crisma, «con el que hemos sido ungidos y ungimos a los bautizados y confirmados», dijo que debe «actualizar nuestra condición de sacerdotes, de elegidos, de ungidos, investidos y enviados por el Señor». Además, sobre el perfume del Santo Crisma, «buen olor de Cristo», dijo que debía comprometer a todos los sacerdotes para irradiar personalmente el «mismo buen olor de Cristo con nuestra vida».